XI

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Habían transcurrido unas dos semanas con tranquilidad desde el baile de Lady Dalton

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Habían transcurrido unas dos semanas con tranquilidad desde el baile de Lady Dalton. Al día siguiente del evento, se presentó en la residencia de los Littlewitton en Belgravia el, ya habitual, míster Eaton, para desgracia de Lady Clarisse. Sin, embargo, pocos minutos más tarde, había acudido también el recién llegado a Londres, míster Kingsbury. Lady Nana, deseosa de conocer al muchacho había despachado ceremoniosamente a míster Eaton. Y Lady Clarisse pudo, por fin, respirar con tranquilidad.

Míster Kingsbury no pareció en absoluto abrumado ante la presencia de todas las féminas Littlewitton apostadas en una misma habitación. Charló cortésmente con la anciana y con la condesa, e incluso sentó a Christine sobre sus rodillas. La niña lo miraba como si fuese un príncipe recién salido de un cuento. Y, para ser francos, Lady Amelia también lo miraba disimuladamente de la misma manera. El joven había traído un ramo de tulipanes para ella, ¡y otro para su abuela! La mujer asintió complacida —y secretamente impresionada—.

Después de su partida, la mañana en la residencia de los Littlewitton continuó animadamente. El siguiente visitante fue sir George, con otros dos ramos de rosas tan hermosos como la última vez. Conversó con las mellizas, con ambas a la vez, si bien Lady Clarisse se encontraba cohibida ante la presencia del joven. En algún momento sintió que sir George sólo estaba tratando se ser amable con ella, una vez más, y que su interés se encontraba únicamente en su hermana. Pero el muchacho le demostró lo contrario, y procuró que la joven se sintiera igualmente integrada en la conversación, preguntándola directamente a ella en muchas ocasiones. La condesa los observaba a los tres con curiosidad, sin saber muy bien cuál de ellas se convertiría en la próxima duquesa de Cambridge, pero feliz porque estaba convencida de que alguna de las dos lo sería prontamente. Y cualquiera de ellas sería perfectamente capaz.

Para sorpresa de Lady Norfolk, después de que sir George se marchase, no fueron ni más ni menos que cuatro muchachos los que entraron en el salón seguidamente. Traían consigo flores e incluso dulces, para Lady Clarisse. Después de haber sido vista la noche anterior en compañía de sir George la friolera de dos bailes, había comenzado la especulación general. Los más chismosos se aventuraban a afirmar que la joven y Su Alteza estaban ya prácticamente comprometidos, mientras que los más pacientes les recordaban a los demás que aún tenían mucho tiempo para bailar con quien quisieran sin que eso tuviera que significar realmente nada. Y luego estaban los más desesperados, como los cuatro pobres infelices que acababan de llegar a la mansión de Belgravia, que confiaban en que la opinión que la sociedad tenía de ellos mejoraría notablemente al poder proclamar que le habían "robado" la prometida al primo de la reina, nada menos. Y no es que fueran malos partidos, necesariamente, pero Lady Clarisse aun necesitaría más oportunidades de conocerlos antes de poder juzgarlos. Y eso era exactamente lo que se planteaba hacer.

Los días habían resultado sorprendentemente cálidos y soleados para tratarse del mes de abril y por eso, las jóvenes señoritas de Londres habían podido disfrutar de largos paseos por Hyde Park, tanto a caballo, como a pie. En numerosas ocasiones, durante sus paseos con miss Saintclair, miss Rutherford y Lady Elvina se habían cruzado con míster Brompton y míster Kingsbury, y se habían unido a las jóvenes en busca de compañía. Las veteranas miss Saintclair y miss Rutherford deseaban de todo corazón que algún muchacho se encontrase con ellas de "casualidad" en el parque y charlase animadamente, y le preguntase sobre sus gustos como si de verdad le importase. Pero para eso, había que tener algún pretendiente, que, en el caso de ambas, no había ocurrido.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora