XXVIII

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Belgravia, principios de junio de 1844

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Belgravia, principios de junio de 1844

La residencia de los condes de Norfolk en Littlewitton Manor podía describirse de muchas maneras. Algunos decían que era una oda al buen gusto y a la elegancia. Otros, opinaban que la gran casa señorial les daba una sensación hogareña al traspasar su umbral, probablemente por la unida familia que residía en ella. Aquel día esas opiniones habrían cambiado de manera radical si alguien de fuera hubiera sido testigo de lo que se escondía tras las paredes de la residencia.

La mañana había empezado complicada, pues Christine había amanecido con fiebre y la cara llena de ronchas rojas. Lady Norfolk había hecho venir a un médico que había dictaminado que eso no era más que sarampión, y que la pequeña se recuperaría prontamente. Aún así, la condesa seguía preocupada, y había hecho venir a un segundo médico —que le había dicho exactamente lo mismo que el primero—, pero que le dejó un ungüento para el picor de los granitos y una receta para preparar una infusión que le disminuyera la fiebre.

Podría considerarse que la situación estaba bajo control, pero, naturalmente, en esa casa nunca nada estaba del todo bajo control. Lady Rosalind y Lady Georgina, que no habían pasado el sarampión, estaban totalmente confinadas en la otra punta de la casa para evitar el posible contagio. Como es lógico, ¿qué iban a hacer las dos solas en un par de habitaciones? Discutir, por supuesto. En la última hora y media se habían escuchado gritos, golpes, algún objeto de porcelana estrellarse contra el suelo, más gritos y alguna palabra mal sonante; hasta el punto de que Lord Norfolk no había tenido más remedio que subir a evitar que se produjera un asesinato.

—¿Se puede saber qué demonios os pasa?

—¡Ha empezado ella! —exclamaron al unísono las niñas.

El hombre se paso la mano por la cabeza antes de hablar.

—Georgina, dime qué pasa.

—Que Rossy no me deja tranquila, papá. Estaba yo leyend...

—¡Eso es mentira! ¡Yo estaba leyendo y me has quitado el libro de la mano!

—¡Cállate, ¿no ves que me ha preguntado a mí?!

—¡¡Papá!!

—¡Papá, no la escuches!

—¡Basta ya! Las dos —Lady Rosalind hizo un ademán de tirarle a su hermana de la trenza en la que llevaba recogido el cabello—. No. ¡Estate quita de una vez, quieres!

Separó a las muchachas, una a cada lado.

—Como no sabéis comportaros os tendré que separar. Ale, cada una a un cuarto.

—¡¡¡Pero papá!!! —se quejaron a la vez.

—Ni peros ni peras. No me hagáis castigaros...

Les dio unas palmaditas en la cabeza a cada una. Las niñas se retiraron por separado a las habitaciones. Antes de cerrar la puerta tras de sí, se sacaron la lengua por última vez. Primero un portazo, otro después. «Calma», pensó él.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora