XXVII

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Tras el incidente de las abejas, Lady Brompton se había adecentado el moño de la mejor forma posible

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Tras el incidente de las abejas, Lady Brompton se había adecentado el moño de la mejor forma posible. Con la poca dignidad que conservaba en esos momentos, se giró hacia su consuegra, a la cual se le estaba comenzando a hinchar un párpado.

—¿Me acompaña a tomar un té?

Lady Bridgewater la miró a través de su ojo bueno, pues a través del otro no podía vislumbrar más allá de un resquicio de luz.

—¿No tiene algo más fuerte? ¿Ginebra, por ejemplo?

—Ginebra, pues. Acompáñeme —le ofreció el brazo.

La otra mujer se aferró a ella con actitud derrotada.

—Esa niña me va a llevar a la tumba.

—No entiendo a qué se refiere.

—¿No creerá que esto ha sido una casualidad?

Lady Brompton la miró incrédula.

—¡Oh, por favor! —Lady Bridgewater soltó una carajada malévola—. Justo cuando nuestra feliz pareja se retira a descansar, y nuestros queridos vecinos tienen carta blanca para criticar y demás habladurías son obligados a marcharse.

—Pero eso es una acusación muy grave...

—¡Já! Y ella es mi hija, milady. Encontraré pruebas, ¡oh, ya le digo yo que las encontraré!

Entraron en la sala de estar y Lady Brompton dejó caer a Lady Bridgewater de una manera muy poco femenina sobre uno de los butacones. Se acercó a la bandeja del aparador y llenó dos copas artesonadas, talladas con una serpiente de vidrio que se extendía sobre el mango de esta, de ginebra. Antes de ofrecerle a su consuegra la bebida, sacó de un cajoncito del mueble una pequeña botella de vidrio ambarino. La abrió, apretó la pipeta que contenía, para absorber el líquido, y depositó sigilosamente el contenido sobre una de las copas. Cerró el bote rápidamente y lo devolvió al cajón, antes de vaciar en su boca el contenido de la copa sin adulterar. Se sirvió otra, notando como el líquido le quemaba en la garganta, y se dirigió hacia la butaca donde se encontraba sentada su consuegra. Le tendió una de las copas y después, se dejó caer sobre la butaca de al lado, cerrando los ojos, escuchando a su invitada beber. «No sé quién necesitaba más el láudano», pensó. Tras unos minutos abrió los ojos y miró hacia su derecha, con la satisfacción de ver que la otra mujer tenía la copa vacía entre las manos, y que se encontraba con la cabeza hacia atrás y la boca abierta, roncando profusamente.

—A su salud, Lady Bridgewater —y sonrió hacia sí misma, mientras daba pequeños sorbitos a su bebida, entrando también en un estado de sopor debido al silencio al que parecía haber renunciado desde que se anunciase la dichosa boda.

En el piso de arriba, Lady Elvina salió de la habitación en la que se había cambiado de ropa. En ella se encontraba actualmente el equipaje que había traído a Londres, y que ahora la acompañaría a Kent. Esperando en la habitación de en frente, y con la puerta abierta, se encontraba míster Brompton, sentado en el banco bajo la ventana y mirando hacia el jardín. Lady Elvina se acercó, mirando a ambos lados del pasillo antes de entrar en su cuarto. Luego, sacudió la cabeza, intentando deshacerse del pensamiento de que no podía encontrarse a solas con él, pues ya estaban casados. Intentó que no se reflejase en su cara el descubrimiento, y se plantó a la espalda del joven, mirando por encima de su hombro.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora