XIV

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St

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St. James's, mayo de 1844

Habían pasado dos días exactamente desde el baile de máscaras en la residencia de los Littlewitton. Sir George había sido visto paseando con la cabeza bien alta del brazo de su prima, la Reina Victoria, por Hyde Park, luciendo un ojo morado y soportando estoicamente las miradas de los curiosos.

Aquella mañana de principios de mayo, Lady Rutherford había organizado una pequeña reunión para su hija, a la que había invitado a las mellizas, a miss Saintclair y a Lady Elvina Bridgewater. El salón del té había sido preparado cuidadosamente, y se habían hecho colocar ramos de flores frescas en cada esquina de la habitación. La residencia de los Rutherford se encontraba en la calle principal del barrio de St. James's en Londres, justo en frente de la de los Saintclair. Era un barrio bastante exclusivo, aunque, por supuesto, mucho menos que Mayfair, y sus casas estaban construidas bastante cerca las unas de las otras. En un estilo georgiano, todas guardaban bastante similitud entre sí, aunque no por ello dejaban de ser bonitas y respetables.

James condujo a Lady Amelia y a Lady Clarisse en su carruaje familiar hasta la residencia de su amiga. Durante el trayecto no se dirigieron ni una palabra, tal y como no lo habían hecho desde la fiesta. Cuando se marcharon a sus habitaciones aquella noche habían discutido en la escalera.

—Sé que te has hecho pasar por mí con sir George —dijo Lady Amelia.

—¿No era ese el punto? Fue tu idea.

—¿Ahora es mi idea? Me ha dicho un pajarito hace media hora que la estabas reclamando como tuya.

—Eso no es...

—Sí es así. Y, además, míster Kingsbury ha sabido en todo momento quien era yo, y no he sentido ningún reparo en admitirlo. Tú has engañado a sir George.

—¿Y qué te importa que me haya hecho pasar por ti con él?

—¿Qué me importa? ¡Me importa un bledo sir George! Pero tú te estás engañando a ti misma. Si estás interesada en él no lo vas a conseguir sólo porque se crea que eres yo.

—¿Y si tan poco te importa por qué bailas con él?

Y Lady Amelia se había quedado pensativa. Bailaba con él porque era un muchacho agradable, buen parecido, y podría ser un perfectamente respetable marido. No es que estuviera enamorada de él, ni mucho menos, pero en caso de que se declarase sabía que sería una estúpida al rechazar semejante oportunidad. Pero si su hermana lo quería ella no iba a perderla sólo por conseguir un marido. Además de que desde la llegada de míster Kingsbury se había sentido bastante inclinada hacia él.

—Somos amigos.

—¿Amigos? Él no te ve como una amiga, Amelia, se quiere casar contigo.

—¿Te ha dicho él tal cosa?

—No, pero... Pero me ha tocado como si lo quisiera. Y hemos flirteado.

—Ha flirteado contigo porque creía que eras yo, ¿no lo ves? Tienes que ser tú misma si lo quieres. Vivir a mi sombra no te va a beneficiar en nada.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora