XIII

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—¿Milord? —preguntó Lady Elvina, sacándole de su ensoñación

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—¿Milord? —preguntó Lady Elvina, sacándole de su ensoñación.

Víctor parpadeó perplejo varias veces, cayendo en cuenta de que llevaba Dios sabe cuánto tiempo analizando al detalle cada encuentro con la muchacha en su mente. Y que, mientras tanto, habían seguido bailando. ¿Y no le había hecho una pregunta que jamás había llegado a responder?

—¿Sí? —dijo, con calma.

—Le había preguntado que si usted piensa también cosas de mí —lo que, inicialmente había formulado de manera valiente, y mirándole directamente a los ojos se había convertido en algo más que un susurro, y su mirada había descendido hasta quedarse mirando a los pies del joven.

—Naturalmente. Pienso que es usted una mujer inteligente y hermosa, y que tiene bastante mal carácter, por otra parte.

—Sigue usted distraído. ¿Continúa pensando en míster Kingsbury?

—Lo cierto es que no.

Y antes de que la joven pudiera preguntar nada, la música se detuvo, y volvieron con los demás. Mientras todos charlaban animadamente, Víctor se sentía muy lejos de allí. Su cabeza no podía dejar de dar vueltas a lo evidente. Se sentía atraído por Lady Elvina, pero sabía perfectamente que no se podía casar con ella, porque... ¿Por qué no se podía casar? ¿Por llevar la contraria a su madre, simplemente? Sabía que era su deber como único hijo varón proporcionar un heredero para el título cuando él no estuviera. Pero sólo tenía veinte años, y, siendo sinceros, la idea le aterrorizaba. Y, además, precisamente era eso. Sólo tenía veinte años, y aún le quedaban tantas cosas por experimentar antes de casarse.

Quién sabe si realmente Lady Elvina no era más que un capricho pasajero, y la mujer que sería su esposa no estaría esperándole aún en la otra punta del mundo. ¿Iba a condenar a Lady Elvina a una vida de infelicidad sólo por haber sentido deseo hacia ella con veinte años? Si hasta la joven le había dicho que no era más que un muchacho, ¿qué más necesitaba para darse cuenta de que estaba haciendo lo correcto, después de todo? Lady Elvina no sería su esposa, y él lo sabía, pero no por ello le dolía menos saber que jamás podría intimar con ella. Y sabía perfectamente que esa noche o único que quería era tenerla entre sus brazos y que fuera de él. De hecho, habría sido perfecto si ellos dos fueran las únicas personas que poblasen el mundo, y no tuvieran que vivir ligados a protocolos y a normas sociales inútiles.

Pero, ya se sabe que la vida no es un camino de rosas, y, por lo menos hasta que Víctor se desencaprichase de ella —lo cual esperaba que fuera pronto, y que encontrase un marido que la quisiera y que fuera todo lo que él jamás podría ser—, sabía bien que lo más sensato era que se alejase de ella tanto como fuera posible. Porque la reacción de su cuerpo al simple roce de sus dedos podía volverle loco en cualquier instante. Se disculpó en voz baja y abandonó el salón.

Fue directo al estudio, donde sabía que su padre guardaba una botella de whiskey. Sirvió la bebida en un vaso delicadamente decorado y bebió de un trago. El alcohol le raspó la garganta mientras descendía camino del estómago, y al aterrizar dejó un agradable calor que hizo que el muchacho se sintiera mejor. Se sirvió un segundo vaso sin soltar la botella, y se dejó caer en el sillón de cuero de su padre. Y suspiró, porque algún día, todo lo que allí había sería suyo.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora