XII

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Belgravia, mayo de 1844

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Belgravia, mayo de 1844

Lady Amelia y Lady Clarisse tragaron saliva, intentando prepararse mentalmente para lo que se les venía encima. Pero, para su sorpresa, la condesa avanzó despacio hasta situarse frente a ellas y las miró alternativamente antes de soltar una carcajada.

Una carcajada, nada más, y el resto del salón se contagió de ella y comenzó también a reír. La mujer se colocó entre sus hijas mayores y les pasó maternalmente el brazo por la cintura, y anunció, casi a gritos para que se escuchase por encima de las risas de los invitados:

—¡Mis hijas! ¿Qué les parece? —y siguió riendo mientras avanzaba con ellas por el pasillo que le habían despejado los invitados hasta donde se encontraban su abuela, su padre y Víctor, en compañía de, los que supusieron que serían sir George, Lady Dalton agarrada del brazo de míster Kingsbury, Lady Huxley con Lady Bridgewater, y Lady Elvina junto a míster Brompton. Todos ellos miraron a las muchachas con cara de sorpresa.

—¡Pero si son dos gotas de agua! ¿Es capaz de distinguirlas, Lady Norfolk? —preguntó Lady Bridgewater, con su inconfundible voz nasal y malicia en su tono.

—¡Qué disparate! Yo les di la vida, claro que puedo distinguirlas —repuso la condesa, mirándolas a los ojos.

—Madre, no reveles tus trucos. Queremos que esta noche nadie sepa nuestra verdadera identidad —pidió Lady Amelia.

Lady Norfolk sonrió con dulzura y asintió. Mientras, Lord Norfolk permanecía deliberadamente en silencio, porque él no era capaz de distinguirlas por mucho que las mirase. No es que no les prestase atención, pero no se fijaba en los detalles, pese a que esos detalles fueran que una de ellas tenía los ojos exactamente iguales que los de él.

Ahora que habían sobrevivido a su madre, las mellizas pudieron contemplar el decorado del salón. Entre las arañas del techo la condesa de Norfolk había hecho colgar guirnaldas doradas y verdes, y había velas y candelabros en cada rincón. La tela de los vestidos de las jóvenes brillaba como dos soles en medio del cuarto. Los invitados aún las miraban con curiosidad. A pocos metros de donde se encontraban, pudieron ver a miss Rutherford y miss Saintclair, saludándolas y sonriendo en la distancia. El concepto de máscara cada quien lo había interpretado de manera más o menos libre. En el caso de las señoritas mencionadas anteriormente era más bien un antifaz que a duras penas cubría los ojos. Otros, como Víctor, habían elegido disfrazarse del Zorro, pues con el traje de levita negra y el antifaz parecían estar preparados para combatir el crimen en cualquier momento. Y los más atrevidos se habían decantado por máscaras rígidas con plumas recién traídas de Venecia. Naturalmente la horonda Lady Huxley pertenecía a este último grupo. ¿Qué clase de admiración sentía esa mujer hacia las plumas?

El estupor generado con la entrada de las hermanas Littlewitton en el salón parecía haberse disuelto momentáneamente, y los invitados se habían esparcido por la habitación, y habían comenzado a bailar al son de los violines.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora