XXXII

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Chilston Hall, finales de junio de 1844

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Chilston Hall, finales de junio de 1844

Habían transcurrido dos semanas aproximadamente desde la última tormenta que había azotado Kent. El sol brillaba con fiereza en cada rincón de los jardines alrededor de la residencia de los Brompton, e incluso se colaba dentro de las habitaciones a través de las ventanas abiertas, trayendo consigo el aroma a verano; en todos los cuartos excepto en uno.

La habitación de Lady Elvina permanecía en penumbra gracias a los muros de terciopelo que cubrían las ventanas. La casa estaba en silencio, y pese al ambiente de felicidad que debería haberse respirado en una casa con unos recién casados, cualquiera habría podido adivinar que algo iba mal.

Nadie se hubiera imaginado que Lady Elvina llevaría dos semanas postrada en la cama, plagada de pesadillas a consecuencia de una cadena de fiebres que la visitaban desde que aquella tormenta la empapase. Míster Brompton rara vez abandonaba la habitación.

—Ayu... ayuda...

—Shhh —le dijo él, pasándole un paño mojado por la frente—. Estoy aquí.

Se revolvió bajo la sábana, bañada en su propio sudor. Tenía el cabello rubio empapado y aplastado contra el cráneo. La habitación olía a enfermedad, y a los lirios prácticamente mustios que míster Brompton había recogido del suelo de la sala de estar y había colocado en la mesilla.

Hacía dos semanas que un estruendo había despertado a míster Brompton, por segunda vez aquella madrugada, y se había encontrado solo en la extraña habitación. Al levantarse, había bajado las escaleras hasta la sala de estar —justo debajo del dormitorio en el que se había acostado de segundas—, y había descubierto unas dos docenas de lirios en un charco de agua, y el jarrón que las contenía, hecho añicos a su alrededor. Había recogido los lirios, y llamado al servicio para que se encargaran del resto. No le hizo falta preguntar, pues estaba bastante seguro de que su amigo tenía algo que ver al respecto. Se llevó las flores a su estudio, y las dejó sobre el escritorio. Después, fue a buscarla a ella.

La encontró en el comedor, con unas tostadas en la mesa frente a sí misma, sin tocar, y con una taza de té en la mano.

—Buenos días —dijo él.

—Buenos días.

—¿Has dormido bien?

—Uh-uh —respondió ella, bebiendo.

Él se sentó en su lugar habitual, presidiendo la mesa y abrió el periódico, sin intención de leerlo realmente.

—¿Te importaría explicarme entonces qué hacías anoche en el jardín, en medio de la tormenta? —inquirió, sin mirarla.

Ella fijó su atención en las tostadas con mermelada.

—Tuve una pesadilla.

—¿Quieres hablar del tema?

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora