XXII

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La lluvia seguía cayendo con una ferocidad ensordecedora

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La lluvia seguía cayendo con una ferocidad ensordecedora. Las palabras que habían salido de la boca del joven podrían haber sido perfectamente fruto de la imaginación de Lady Elvina, de no haber sido por la expresión suplicante en el rostro de su interlocutor.

Cuando ella pronunció su respuesta, apenas pudo reconocer su voz en ella. Sentía que otra persona estaba hablando a través de su boca, como si no fuera más que una marioneta. El cabello empapado de Víctor Littlewitton aún continuaba chorreando sobre su cara en forma de ríos, y bajo la camisa transparente por el agua se traslucía su oscuro y rizado vello. Lady Elvina aún tenía la mano apoyada sobre él, y la apartó como si se acabase de quemar.

—No —pronunció en un susurro.

El rostro de él se volvió pura confusión. Lo último que se habría esperado es que ella le rechazase, y menos sin un motivo aparente.

—No puedes decirme que no, Elvina...

Ella lo miró, dolida.

—¿Por qué no, Elvina?

—No puedo.

Víctor dejó caer el ramo de lirios al suelo de piedra del exterior de la vivienda de Lady Milton y se acercó aún más a ella hasta que sus cuerpos se tocaban. Levantó las manos y le agarró el rostro con ambas, acariciando sus pómulos con los pulgares.

—Claro que puedes, Elvina. No digas estupideces...

Se inclinó tan sólo un poco hacia su rostro, y justo antes de que sus labios rozasen los de ella, lo dijo.

—Ya estoy prometida —susurró.

Víctor se alejó de su cara, aún sosteniéndola con las manos.

—Pero... ¿quién?

En su cabeza no se le ocurría ninguna persona lo suficientemente necia como para proponerle matrimonio a una joven arruinada, y sabía que el deber era suyo. Más confuso que nunca, la miró, pero ella desvió la mirada, pues sentía que no podía sostenerla sin comenzar a llorar.

Se soltó de sus manos y se pasó los dedos por la frente, preparándose mentalmente para romperle el corazón a Víctor, pues el suyo ya estaba roto desde hacía semanas.

—Voy a convertirme en la señora de Andrew Brompton.

La expresión del muchacho cambió entonces a absoluta sorpresa. Obviamente su mejor amigo, que le conocía lo suficiente como para saber que no se comportaría como un caballero, había decidido resolver la situación. El arreglo le parecía pésimo, teniendo en cuenta que por fin había caído en que la quería, y ahora no podría tenerla jamás.

Comenzó a llorar, y las lágrimas se fundieron con el agua que aún goteaba de su cabello. Se dio la vuelta, inspirando y expirando con dificultad. Se giró de nuevo cuando ella habló.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora