XVII

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Míster Kingsbury había estado observando a Lady Amelia desde antes de que la condesa hubiera acudido en su busca

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Míster Kingsbury había estado observando a Lady Amelia desde antes de que la condesa hubiera acudido en su busca. Aquella noche vestía un vestido verde muy delicado, con encaje alrededor de las mangas y del busto. Y se había fijado en que no llevaba guantes.

Disimuladamente se había quitado los suyos mientras conversaba con míster Brompton, esperando a la oportunidad perfecta para pedirle bailar y poder sostenerla entre sus brazos, y agarrar sus manos entre las suyas disfrutando por completo el contacto de su piel con la de la muchacha. Según míster Brompton se giró para decirle algo a su madre, míster Kingsbury se escabulló, garabateó su nombre en el carné de baile de Lady Amelia casi sin, ni siquiera, haberla saludado y la cogió de la mano. El contacto de su piel contra la de ella le mandó un escalofrío a lo largo de la espalda, mientras que a ella se le sonrojaron las mejillas. El joven no pudo evitar acariciar la suave piel de su mano mientras caminaban, adentrándose entre la multitud para iniciar el baile. Sin soltarse, se colocaron uno en frente del otro, y míster Kingsbury alargó su mano para coger la de ella, que colgaba suspendida en el aire, y colocarla sobre su hombro. Aunque Lady Amelia la dejó caer hasta su codo, acariciando su brazo distraídamente mientras el muchacho la sostenía incrédulo, por la cintura.

Y cuando los primeros acordes de la melodía comenzaron a sonar, él la atrajo hacia sí con firmeza, y Lady Amelia no pudo más que levantar la cabeza y mirarle, con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas por la emoción.

—Espero que pueda excusar mi brusquedad. Míster Brompton me tenía retenido en una aburrida conversación.

—No tiene de qué disculparse.

—Ya sabe que prefiero estar con usted un millón de veces. De hecho, ojalá pudiera bailar con usted un millón de veces cada vez que nos vemos.

—¿Y eso a qué se debe?

—No es ningún secreto que disfruto enormemente de su compañía, milady.

—Usted tampoco baila mal —replicó ella malvadamente, aunque con una sonrisa en el rostro.

—Espero haber mejorado desde que llegué.

—¡Oh! Por supuesto que sí.

—He tenido una buena tutora, no hay duda.

—¿Tiene nombre esa tutora?

—No lo recuerdo. Pero posee los ojos más bonitos que haya visto jamás.

—Son marrones, simples.

—Son tan cálidos como un beso.

Ella calló, bajando la mirada.

—¿Qué ocurre, milady? Espero no haberla turbado.

—No, no es nada.

El apartó momentáneamente la mano de su cintura, y sintió cómo si le acabasen de arrancar algún órgano vital. ¡Cuánto necesitaba ese contacto físico! Su mano fue a parar al mentón de la muchacha, y lo levantó dulcemente. La mirada de preocupación en sus ojos azules era algo tan profundo que apenas podía soportarlo. Sin quererlo, se le llenaron los ojos de lágrimas, y él apartó la mano, asustado.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora