Cabina: Atenea

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Lo más seguro era que la cuerda tuviera pequeñas espinas. Picaban cada segundo mientras las tenía. Mi trasero me dolía gracias a la madera rustica y no moldeada de la silla. El sudo corría por mi cabello suelto y eso era lo que causaba más desesperación en mí.

Linda, el señor York y un chico de espaldas se encontraban al otro lado del cristal. Cada segundo uno de los tres volteaba a verme y me observaba por un momento. Volvían a la conversación con el joven.

Un pañuelo mojado me cubría la boca, lo que me impedía gritar, pero cuando el señor york salió de la cabina y se acercó a mí. Dijo:

—Me quitaste todo. Buena suerte en tu tratamiento—Sus ojos azules comenzaban a desmoronarse cuando me miro a los ojos—. Mi hija está muerta. Tú la mataste... pero necesito que regreses para que ella también lo haga.

Soy tu hija.

Nunca me fui.

—Buena suerte Atenea—Se alejó entre la oscuridad y regreso a la cabina iluminada.

Linda y el señor York dejaron el lugar tomados de la mano y entonces el joven se volteó.

—Bienvenida de nuevo Madeline York—Habló por el micrófono—. Regresaras a tu nombre de batalla: Atenea. —Tragó saliva—. Tengo a alguien muy importante aquí también. No te preocupes... pero por lo pronto... llámame Gabe.

Pasé cuarenta minutos con dos segundos en esa silla antes de que personas aparecieran en medio de la oscuridad con sus linternas. Ellos me desataron, pero fueron lo suficientemente inteligentes como para encajar una aguja en mi cuello. Todo se esfumó por unos minutos—La verdad no sé cuánto tiempo— hasta que sentí que estaba de nuevo en la camilla del hospital... pero luego me di cuenta de que no.

La habitación era blanca, pero tenía un toque de mal cuidada y de mala calidad. Si no fuera por eso, diría que de verdad estuviera ahí. Sentía los ojos pesados y podía ver con dificultad. La puerta estaba cerrada y por el cristal de la misma, vi que había más habitaciones como está y estaban en las mismas condiciones que la mía.

No estaba sujeta a nada y podía moverme por todo el espacio. Preferí no arriesgarme a que me azotará al suelo por culpa de mi visión.

Traté de mover mis dedos, pero se sentían entumidos, mis pies y piernas también así que no tuve opción de volverme a tumbar en la almohada.

Más tarde, una voz masculina me habló por fuera de mis sueños.

—Es hora de despertar—Sus ojos escupían maldad—. No queremos llegar tarde.

Se deshizo de la manguera que tenía encajada en la vena y me ayudó a ponerme de pie. Quería huir, pero en ese momento no tenía la fuerza suficiente para moverme. El chico terminó por llevarme en sus brazos hacía no sé dónde.

Me quedé dormida entre sus brazos por no sé cuánto tiempo.

No soñé con nada.

Solo era yo y la oscuridad profunda y sola.

Las muñecas comenzaron a picar otra vez. Las cuerdas estaban ahí de nuevo. Pero sentía mucho peso en ellas. En mis bonitas y sanas muñecas.

Dejé mover mis piernas y entonces me di cuenta que estaba colgada. Había perdido el piso y mis botas rozaban con el aire contaminado y la gravedad amenazaba con estamparme contra el concreto por más lejos que estuviera.

Pude abrir los ojos y observé que estaba distinta; Tenía ropa decente y vestía de oscuro. Típico.

Si podía mover mi cabeza lo suficiente, diría que no estoy tan lejos del suelo como pensaba. Pero me tenían atada con las muñecas hacía el techo.

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