American Oxygen

Latigazos: Cronos

—No comprendes—Él se había puesto a mi altura flexionando sus rodillas—. No vas a salir de aquí hasta que sea el momento.

—No me puedes retener contra mi voluntad –Declaré.

—Claro que puedo—Río y se levantó—. Observa: Mi padre ya no está al mando. Soy yo—Se señaló—. Yo soy el líder y yo mando aquí. Yo...—Se acercó a uno de sus guardias que estaba lado de el—. Yo le doy de comer a él. A ti y a todos. Todo con tal de hacer lo que quiero.

—No entiendo el objetivo—Dije con voz ronca.

—Yo tampoco—Rio por lo bajo—. Los Hood siempre hemos hecho esto. Desde el principio hasta el final. Mi abuelo le enseñó a mi padre, mi padre a mí, yo me CASARÉ con Madeline y le enseñaré a mis hijos esté negocio—Es un idiota. Lo odio. Lo odio—. Al final de cuentas... todos aquí estamos locos.

Sus ojos azules me fulminaron un instante. Lo suficiente para saber que Madeline vivía engañada; Gabe nunca tuvo los ojos verdes.

—Levántenlo—Ordenó a los guardias que estaban detrás de mí. Ellos desencadenaron mis manos y me pusieron de pie. No pude escuchar la siguiente orden del chico porque ya me encontraba en el suelo y con la espalda roja y ardiente.

Me mantenían pegado al suelo mientras me daban latigazos en la espalda.

Cada uno era como un grito de gloria para mí.

Me dolía demasiado, pero a la vez lo quería. Se sentía bien, pero a la vez no.

No pude evitar gritar, gemir, tragar, quejarme, gritar, gritar... pero nunca llorar.

Quedé inconsciente.

Un susurro lejano me despertó. Lo cual apenas pudo.

—Hola—Continuo con su tono bajo de vos y esa sonrisa que nunca borraba.

—Hola—Respondí imitando su voz.

—Veo que ya tienes cama—Efectivamente. Descansaba boca abajo y en una cama igual a la de ella. Sentía mi espalda arder menos. De seguro por algún ungüento.

—Si. También veo que vamos a estar un buen rato juntos—Traté de reír, pero solo salió un bufido.

—Si—Sonrió con alegría. Fue entonces cuando me di cuenta que tenía las muñecas cubiertas con un estilo de cinturón.

—¿Qué tienes en las muñecas?—Pregunté con dificultad.

—Ouh—Se las miró—Me dieron estas para... ya sabes... protegerme contra los malos.

Reí.

—¿En serio?—Asintió—. ¿Y cómo? ¿Vas a sacar tus cinturones y les pegaras nalgaditas?

Soltó una carcajada para luego mirar a sus muñecas.

—Latigazos.

—¿Algún día?

—Algún día.

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