Siempre me dijeron que en la vida existen blancos y negros, toda la vida me fueron enseñaron sobre el yin y el yang, lo bueno entre lo malo y lo malo entre lo bueno.
¿Pero que pasaría si en ves de blanco y negro, existiera el gris?
Eso voy a descubr...
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Como bien dije me bañe y me aliste, sé que los vecinos ya están abajo, Margaret se encargó de que lo supiera.
Vamos Ailena, respira.
Me dirijo a la puerta de mi habitación y la abro, puedo oír un par de voces, al parecer no salió tan mal para ellos, porque puedo oír la risa de Francisco, algo bueno.
Cierro la puerta y me encamino hacia las escaleras, al bajar puedo divisar a Samael, si no me equivoco.
—Cariño, ven.—llama Margaret en cuánto llego al final de las escaleras.
Sonrío y camino lentamente hacia ellos, allí definitivamente estaban todos, hasta Adriel, no creí que él aceptara.
—¿Sabías qué él tiene tu edad?—señala a Samael.
—Sí, creo que te lo comenté hace un tiempo, está conmigo en muchas clases.—asiente dándome la razón.
—¿Saben? Ailena nunca tuvo un novio, o al menos nunca conocí uno.—les informa a los invitados.—Y es una lástima, cada día pierdo la esperanza de que tenga uno y me haga abuela.
Oh no, por favor dime que no.
—Ellos no quieren saber eso, me parece.—le doy una mirada y ella entiende que no quiero hablar de eso.
—No veo a Ailena como madre.—dice Belia divertida.
—Créeme, yo tampoco.—le respondo de igual manera.
—Cariño, atiende a los invitados, voy en busca de tu padre.—frunzo el seño.
—¿Dónde está? Al bajar las escaleras me pareció oír su risa. ¿Acaso estoy loca?
—No, de hecho si estaba aquí, pero salió al jardín para arreglar todo.—asiento y ella sale en su búsqueda.
Dirijo mi mirada a los invitados.
—Voy a matarlos, a cada uno de ustedes. ¿Por qué aceptaron venir?—todos señalan a Lucifer.
Me cruzo de brazos mirándolo con una ceja alzada.
—¿Qué tienes para decirme?
—Qué ella estaba desconfiado, no queremos que ella esté en nuestra contra, hay que ser buenos vecinos.—asiento.
—Vale, tienes razón.
Dirijo mi mirada a Adriel, pero él no me mira, sólo tiene la mirada en sus manos. Samael hace una mueca pero decido ignorarlo.
—Ailena, ¿no qué este joven quedaría muy bien con Lía?—dice Margaret al volver.
—¿Quién?—pregunto confundida.
—Samael, claro.—miro a Belia, y la veo incómoda.
—No, él ya tiene con quién quedar bien.—esta me sonríe.