Capítulo 40.

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Al despertar Adriel ya no está, supongo que tuvo que ir a hacer algo a la casa, o sino no encuentro otro motivo

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Al despertar Adriel ya no está, supongo que tuvo que ir a hacer algo a la casa, o sino no encuentro otro motivo. Yo no pienso estar todo el día acá, necesito ir a ver a Samael, a Belia que estoy segura que Adriel la habrá cargado con la culpa.

Decidida me levanto y voy hasta la cocina donde se encuentra Margaret.

—Por favor, déjame salir.—junto las manos.—Sólo es a la casa de Adriel, a ningún otro lugar.

Ella me mira unos segundos y termina por suspirar.

—Vale, sólo a lo de Adriel, a ningún otro lugar Ailena.—sonrío y dejo un beso en su mejilla.

—Eres la mejor.—me apresuro en llegar a la puerta.

Camino hasta la casa de alado, veo la casa de Lia pero decido que eso será otro día.

Al llegar toco el timbre, quién me abre es Lilith, está me sonríe.

—Oh cariño.—me abraza.—Pasa.

Se hace a un lado e ingreso a la casa.

—¿Adriel?

—Está con Samael resolviendo algo.—frunzo el seño.

—¿Qué ha pasado?

—Belia.

—¿Qué pasa con Belia?

—Marcos.

—Lilith, por favor arma una oración.

—Marcos la infectó con algo muy venenoso para un demonio.

—¿No va a parar?—paso la mano por mi rostros frustrada.—¿Dónde está ella?

—Con tu padre y..Angélica.—nombra a la última con recelo.

—Ay Lilith, los celos no son buenos.—sonrío y me dirijo hasta donde está mi padre.

Y como deduje estaba en su despacho, al ingresar el me mira asombrado.

—¿Que haces aquí?

—Hola para ti también. Vine a ver a Adriel y me encuentro con todo esto.

—Ella necesita un antídoto que ninguno puede conseguir.—miro a Angélica.

—¿Y ella? Es un Ángel, puede hacer algo.

—Si, lo soy. Pero Dios no va a querer ayudarme más, estoy haciendo ya mucho al estar aquí, el entendido que era por mi hija, pero hay límites.—asiento.

—Gracias por eso.—vuelvo la vista a mi padre.—¿Qué vamos a hacer? Ninguno además de ella tiene acceso a Dios.

El alza los hombros y recuerdo algo.

—Ninguno además de ella y yo.—el niega.

—No vas a ir.

—Belia lo necesita.—miro a Angélica.—Es así, ¿verdad?—ella asiente.

Alas grises.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora