Lluvia

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Prácticamente acaba de poner un pie en Nueva Zelanda y mi primer día ya estaba siendo un poco caótico. La lluvia no cesaba y había estropeado toda mi ropa. La moto que había alquilado no arrancaba y me había quedado perdida en un pueblo a las afueras de Russell, un poco lejos de la ciudad. Resguardada bajo un tejado, me sentía observada por todas las personas que pasaban cerca de mi. "Genial, ahora qué se supone que voy a hacer" pensé. Me moría de hambre, la humedad estaba calando mis huesos y en el pueblo nadie hablaba inglés, todo lo que podía escuchar era a gente hablar en maorí. ¿A quién demonios iba a pedirle ayuda para arreglar esa moto sin herramientas? "Tonta, tonta y más que tonta. Te dije que compraras esa caja de herramientas mientras pudiste" Me reprendí mientras intentaba hacer funcionar aquel trasto.

Una risita dulce me hizo levantar la vista para encontrarse con una anciana observándome con una mirada divertida. La mujer portaba un paraguas amarillo chillón tan grande que podían caber 3 personas bajo él. Me resultó extraño que aquella viejecita tuviera tanta fuerza para empuñarlo, pues el viento y la lluvia eran fuertes. Si estuvieran en una película de Disney, sin duda el viento se llevaría a aquella mujer como si se tratara de Mary Poppins.

- ¿Estás perdida muchacha? - dijo en perfecto inglés. Abrí la boca y la miré sorprendida tratando de articular palabra. Alguien con quien comunicarse, ¡por fin!. Oh, bendito sea Dios o lo que sea que exista por allí arriba.

- Oh... no... es sólo que mi moto ha dejado de funcionar y no tengo forma de arreglarla con esta lluvia. - dije mirando hacia al cielo lo cual pareció enternecerla porque me sonrió nuevamente.

- Ven conmigo, parece que necesitas comer algo caliente. Estás en los huesos muchacha. - me observó de arriba abajo. - Además, cuando la lluvia empieza no para. - dijo haciéndome un gesto para que me acercara.

- No quiero molestarla señora, es usted muy amable.

- ¡Qué simpática! - rio la anciana - Me recuerdas tanto a mi nieta. Ven, ven conmigo, te puedes quedar en mi casa esta noche.

Dudé un segundo, pero decidí coger la moto y arrastrarla mientras caminaba junto a la anciana que trataba de taparme con aquel enorme paraguas. Su sonrisa amable parecía calentar mi corazón... me recordaba tanto a mi abuela que simplemente sonreí. 

La mujer me llevó hasta una casita muy variopinta. Lo primero que me llamó la atención fue ver la enorme casa junto a ella. Me preguntó cómo era posible tanta desigualdad. Aquella mujer parecía tan humilde, tan sencilla... Eso tocó mi corazón, la forma en la que algunos teniendo tan poco lo daban absolutamente todo, incluso a los desconocidos. 

Sentí un ligero toque en el hombro mientras la anciana me invitaba a entrar. Aparqué la moto fuera y me quitó los zapatos dejándolos en la entrada para evitar mojar la casa de la mujer que me acogía, una señal de respeto y agradecimiento hacia ella. 

La casa era muy pequeña pero se veía muy bonita. Claramente había sido reformada en algunos aspectos, pero conservaba una esencia antigua que la hacía lucir acogedora... De alguna manera me sentía como en casa, algo que me resultó totalmente curioso.

- Por qué no vas a darte un baño mientras te preparo algo de comer. Te pondré a secar la ropa en esta cosa. - dijo señalando la secadora. Me sorprendió que tuviera una secadora. Poca gente por allí tenía alguna. Ni siquiera la pensión en la que me había hospedado la noche anterior la tenía, así que no había podido lavar ni secar mi ropa.

- Es usted muy amable - dije tomando la toalla que la mujer me ofreció.

Al ingresar al baño, empecé a desvestirme. Ciertamente me había quedado en los huesos, ya hasta los pantalones se me caían y no había forma humana de que el cinturón los mantuviera en su sitio. Pensé en lo que diría mi madre y los cientos de platos que inmediatamente se pondría a preparar para que recuperara el peso perdido. Mi cabello estaba hecho una porquería, sin duda, necesitaba ese corte de pelo al volver o sería motivo de burla de mi hermana en cuanto me viera. Para ser sincera... no entendía cómo la mujer había querido ayudar a una tipa que parecía una vagabunda. Pero ahí aparecía de nuevo esa palabra, "por bondad". Esa palabra lo había significado todo antes y un día dejé de creer en ella. A golpes había aprendido que eso no existía. Sin embargo, este viaje sin duda, me estaba enseñando que todavía existía gente buena en el mundo. 

If you say soDonde viven las historias. Descúbrelo ahora