Se siente bien estar en casa

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- Pasajeros del vuelo American Airlines 7483 con destino Nueva York, por favor acudan a la puerta de embarque número 16. - anunciaron por megafonía. Esa fue la señal para que todos los que esperábamos en aquella gran sala nos pusiéramos en pie. Tomé mi mochila, colgándola de mi hombro y saqué la documentación del bolsillo de mi chaqueta, soltando un suspiro mientras tomaba un lugar en aquella gran cola.

Observé por la cristalera el enorme Airbus que esperaba ser llenado por los cerca de cuatrocientos pasajeros que volveríamos a Nueva York. Sentí mis manos sudar a medida que la gran cola iba pasando para abordar. Observé a mi alrededor. Algunos pasajeros sonreían, otros conversaban amenamente, otros se hacían fotografías, otros hablaban por teléfono... otros jugaban con sus hijos... ¿Habría alguien entre ellos que se encontrara igual que yo? ¿Que sintiera que su cuerpo caminaba pero su alma parecía no estar en él?

Había decidido que volver era lo mejor. Ver en los ojos de Lucy la tristeza de no poder estar con su nieta me había roto el corazón, quizá era así como se sentía mi madre cada vez que me pedía que volviera y yo simplemente no lo hacía. Pensé que un año y medio viajando por el mundo era suficiente tiempo como para curarme y darme la oportunidad de vivir de otra manera. 

Había visto a cientos de personas en mis viajes, había vivido miles de experiencias, divertidas, profundas... Había tenido conversaciones trascendentales de personas que, al igual que yo, buscaban un nuevo propósito para su vida. Y toras tantas conversaciones con lugareños que adoraban sus vidas tal cual estaban... algunos no pedían mucho más... otros, lo deseaban absolutamente todo, pero se habían conformado con lo que tenían. Me preguntaba si yo debía conformarme... Si simplemente debía retomar mi vida en el punto en que la dejé... pero no podía. Yo ya no era la misma Lisa... algo había cambiado, por pequeño que pareciera... yo sin duda, quería vivir de otra manera.

Horas más tarde el leve toque de la azafata me despertó. "Llegaremos en unos minutos señorita" dijo. No pude evitar levantar la pequeña persiana de la ventana, observando las luces de la gran manzana. Todo Nueva York se veía deslumbrante... majestuoso... Una cosa que me había gustado tanto de viajar era que había podido comparar cada vista aérea, cada paisaje, cada rincón con todo aquello que conocía. 

Estaba en casa... y extrañamente, los ligeros nervios empezaron a brotar en mi estómago. No me había puesto a pensar demasiado en cómo sería volver a casa, qué primeros pasos daría... Había sido igual de impulsiva que cuando me marché, cuando decidí regresar. Sentía mi corazón latir con fuerza... con ansias... ansias de poder abrazar a quienes había echado tanto de menos y miedo de tener que afrontar mi vida.

Tras el aterrizaje, tomé mi mochila y caminé hasta la pasarela para recoger la única maleta que había llevado. Fue asombroso cuando después de mandarlo todo a la mierda, resumí mi vida en una maleta y una mochila... Parecía tan poco... a comparación de todo lo que pensaba que tenía... ¿Pero qué era todo eso? ropa, adornos, cosas estúpidas sin ningún sentido que no tardé en descartar. 

Caminé dando tumbos hacia la salida del aeropuerto, abstraída en mis pensamientos, pensamientos que parecieron esfumarse cuando la brisa del otoño neoyorkino golpeó mi rostro. Cerré los ojos dejándome embargar por el olor... ¿A qué olía Nueva York? parecía que a nada en particular... sin embargo, aquella sensación, aquel ruido de coches y gente apelotonada a mi alrededor... el humo saliendo de las alcantarillas y las miles de luces agolparon mis sentidos.

- Hogar, caótico y espantoso, hogar... - sonreí.

- ¿Taxi?

Asentí entregándole mi maleta a aquel hombre y subiendo con mi mochila en el asiento de atrás.

If you say soDonde viven las historias. Descúbrelo ahora