XXVI - Anidados.

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Las mudanzas siempre resultaban difíciles, pero cuando tenías un nido que te costó tanto terminar y que ya estaba establecido, esta cuestión se complicaba.

Durante todo el proceso, Jack no paró de gimotear y lagrimear. Intentando que esto jamás se viera ante las personas de la mudanza. Pero esas emociones tan fuertes no se podrían ignorar, mucho menos en un lazo fuerte.

Hércules intentó que no viera lo que hicieron, manteniéndolo alejado y distraído en otras cosas, fue un lindo intento de su parte. Aun así, el Omega sintió como su lugar seguro se destruía poco a poco. El vacío que dejó fue algo que nunca había sentido, no desde que tenía a su alfa.

Se mudaban de la casa que le pertenecía a Jack, la cual fue un regalo de su madre, Anne, que le dio cuando se pudo largar del lugar tan horrible dónde residía. Todos sus ahorros se fueron en esa vivienda, pero había valido cada centavo, y no sé arrepentía. No se aceptó nada de dinero devuelta.

Todo lo que necesitaba era ver la sonrisa a salvo de su precioso niño.

Ese fue el hogar dónde formalizó su lazo con su amado alfa, sus paredes fueron testigo de las miles de muestras de afecto que se dieron y, un sin fin de nuevas experiencias nacieron. Pero ya era hora de moverse a un mejor lugar, y construir un futuro juntos.

Honestamente, el Omega nunca tuvo un apego por los objetos materiales, solo unos cuantos y lo veía bastante razonable. El hecho de irse de un hogar tan significativo no le molestó, eran los recuerdos que sentía que se quedaron lo que le sentaba mal. Obligó a su alfa a poner todo lo que valioso dentro de su auto, y transportarlos él mismo con sumo cuidado.

Su petición fue obedecida, evidentemente. Un Omega que pierde su nido puede ser bastante peligroso, y Jack tenía armas, daba miedo.

La razón de su movida era porque, ya no les convenía esa ubicación, sus trabajos estaban demasiado lejos, y era estresante el tiempo de tráfico para llegar a ambos. Se ubicaba en una zona alejada y hasta cierto punto aislado de los demás, algo que les encantaba, pero era momento de un cambio. Lo único que lamentaba el pelirrojo era la privacidad que perdían, era un vecindario muy tranquilo, sobre todo alejado de todos, es decir, podía disfrutar de su Omega para él solo.

Y la casa que le había comprado a su Omega estaba cerca de su familia, no podía decir que odiaba la idea, pero extrañaría la intimidad. Sobre todo, con sus hermanos tan entrometidos.

Algo de lo que se enorgullecía mucho Hércules, fue que él pudo conseguir esa casa en su totalidad, solo.

No es que se avergonzara de vivir en un lugar que era de su Omega, para nada, pero definitivamente sintió que le había fallado en uno de los aspectos más importantes, los de la protección y seguridad que brindaba un hogar. Sentía que se lo debía como muestra de su amor. Por tonto que sonara.

Además, ya tenía ese dinero ahorrado y destinado para esa vivienda, solo que su propósito fue mil veces mejorado.

De todas las formas, el cambio sucedió, y por supuesto que lo primero que hicieron cuando se transportaron fue desempacar los objetos destinados al nido.

Fue una tarea de todo un día entero, y si bien, el trabajo completo lo hizo Jack, tenía que estar disponible por si lo necesitaba, lo que ocurrió varias veces con el transcurso de las horas.

Estaba muy ansioso, porque una vez terminado el nido de su Omega podrían pasar dos cosas.

La vida transcurría de la manera normal.

O, su Omega lo invitaría a entrar a su nido.

Estaba demás decir que esperaba la segunda con ansias. Jack ya lo había introducido antes, pero eran contadas las ocasiones, ese lugar era suyo, felizmente ignorante sobre el hecho de que se podía o debía compartirse con su alfa. No le molestaba, su omega era un pequeño egoísta consigo mismo, así lo amaba. Lo respetaba, si quería su espacio, era su deber dárselo.

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