50. Never tear us apart

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Ya lo dijo Edmond Rostand en una de mis guardias, cuando la inspiración lo embargó: Es durante la noche cuando resulta hermoso creer en la luz

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Ya lo dijo Edmond Rostand en una de mis guardias, cuando la inspiración lo embargó: Es durante la noche cuando resulta hermoso creer en la luz.

Seguramente, más de alguna vez has escuchado sobre cierta curiosidad meteorológica, la cual afirma que, cuanto más se acerca el momento en el que la aurora se alzará, trayendo consigo un nuevo día, más negra será la noche. Una afirmación que nos da a entender que, si quieres alcanzar la luz, primero debes atravesar por la más profunda oscuridad. Además, recuerda que, según mitos, religiones y leyendas, el mundo vio sus inicios en las tinieblas.

Y, si hablamos de negrura, soy yo la experta, pues no olvides que soy quien impide que la claridad llegue hasta ti. Pero, no tengo malas intenciones. La maldad es algo que no poseo. Y, sabrás entenderlo, cuando empieces a comprenderme y a valorarme. También sabrás que, si dentro de ti, existe algún remanente sombrío, tanto como lo soy yo, no hay nada que esté mal contigo. Simplemente, como mi trabajo lo explica, hay algo que impide que te cubra por completo ese brillante fulgor que llevas en tu interior. La lobreguez en el alma es algo que, más de alguno, ha tenido que enfrentar. Encontrarás relatos, melodías y hasta prosas de muchas personas que respaldarán lo que te digo. Más, el problema se resuelve con una pregunta clara: ¿permanecerás por siempre en esta noche eterna o permitirás que avance y traiga consigo el destello que la disipará? A veces, no se va por completo, pero, aprendes a lidiar con ella, a observarla y dejar que te vea de vuelta, consciente de que está ahí, pero, comprendiendo también, que no te dañará si no se lo permites. Camina libre y con la frente en alto, que tu propia oscuridad te guíe hasta encontrar un sol que brille sólo para ti.

Medito sobre esto, mientras inicio con mi labor, observando a una mujer de cabello negro que da los últimos retoques a su trabajo del día: un blanco y brillante vestido de novia que le pidieron confeccionar, lo cual ha hecho con todo el amor que sus hábiles manos pueden expresar, pues es para una persona sumamente especial en su vida. Ha pasado bastante tiempo desde que la contemplé por última vez. Con atención, quiero decir. Pues siempre procuro dar vistazos ocasionales para ponerme al día, pero, no hay mucho que contar. Han sido dos años de tranquilidad, y, sobre todo, mucha felicidad. Así

La habitación en donde se encuentra es su espacio personal. Un lugar bien iluminado con un balcón que le proporciona ventilación y aire fresco. Una mesa en la que se posa una máquina de coser junto a varios aditamentos que ayudan para el bordado y planchado de las prendas, definen la intención de su función. A su alrededor, se pueden apreciar fotografías impresas de diferentes modelos de vestir que fueron diseñados por ella misma, además de varios maniquíes con diseños en proceso y telas de diferente color y origen acomodadas a lo largo de la habitación. El dedal plateado en su mano derecha, danza con soltura mientras las últimas puntadas son dadas. El atuendo, de un blanco aperlado, descansa ahora sobre un modelo hecho a medida. Le falta poco para estar finalizado, y aún así, se ve deslumbrante.

Ella suspiró orgullosa contemplando su creación, antes de ordenar sus implementos, acomodándolos en sus lugares correspondientes. Al terminar, la muchacha levantó sus manos al aire, estirando sus cansados músculos y liberando las tensiones acumuladas. Sonriendo, dio un último vistazo a la prenda, llena de ensoñación, antes de leer nuevamente la elegante invitación a tan esperado enlace, la cual le fue entregada junto con una postal en sepia de ambos novios posando alegres frente a una playa con un brillante anillo de compromiso que se lleva el foco de atención de la imagen. Apagó la luz, abriendo la puerta, en donde un gato negro la esperaba inquieto. Con cuidado, acarició la cabeza que zigzagueaba, frotándose entre sus piernas. —Ya sé, ya sé, es hora de comer. —Dijo, encaminándose hacia la planta baja de la casa. –Y tú, —mencionó, señalando a otro peludo bulto recostado sobre el sofá de la sala, —tu papá fue muy específico con las horas de tu medicina. —Habló, avanzando hacia la cocina. Sobre la nevera se encontraba una hoja, firmemente colocada con un imán de un cuervo negro. En ella, se hallaban escritos, con pulcra caligrafía, los horarios para los medicamentos de la gatita. Dentro de la misma, estaba la medicina que debía serle administrada con horarios específicos. La comida de Poe resonó en su plato, haciéndolo alzar sus orejas con atención. Mientras el felino comía, Mikasa caminó hacia la sala para acunar entre sus brazos a la otra mascota, posicionando entre su boca, la jeringa con Doxicilina recetada por el veterinario. —Vamos, Annabel. Yo sé que debe saber horrible, pero, es necesario. —Consoló apesadumbrada a la pequeña que se resistía al sabor del jarabe.

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