48. Comfortably Numb

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Un edificio ubicado en una zona comercial con varios apartamentos distribuidos estratégicamente, éstos varían en tamaño y dimensiones

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Un edificio ubicado en una zona comercial con varios apartamentos distribuidos estratégicamente, éstos varían en tamaño y dimensiones. Unos más grandes que otros, unos más acogedores, otros un tanto más minimalistas. Un hombre se acurruca en su cama junto a sus mascotas, dos perros Corgi Galés que duermen plácidamente con su dueño; una mujer mayor que viaja en memorias pasadas, soñando con el rostro de aquel hombre al que tanto amó, y que perdió, caído en la gran batalla del 43. Un padre que llega tarde de trabajar, antes de acostarse al lado de su esposa, da un beso en la cabeza de sus pequeñas hijas de seis y tres años quienes ya descansan respirando con tranquilidad. Una mujer joven que llora junto a la puerta, apretando con fuerza sus rodillas, totalmente devastada, siendo consolada por un gato negro que no se aparta de su lado, maullando con preocupación. Un hombre que deja atrás ese mismo umbral, abandonando el lugar, como si acabara de cometer un crimen, tomándose el pecho con firmeza, forzándose a respirar.

Es en este personaje en el que centro mi atención, acompañándolo en su caminata. Da unos cuantos pasos fuera del lugar, aún sin recuperar su compostura, pues el mundo a su alrededor gira descontrolado, tanto como él mismo. Trastrabillando, posa una mano sobre un auto verde, destartalado, pero rodeado de un aura que encuentra reconfortante, y que, al mismo tiempo, lo sigue desgarrando por dentro. Es ahí en donde lo veo caer lentamente, arrodillándose en el pavimento humedecido por la tenue llovizna que comienza a caer. Solo, roto, agonizante; justo como ha vivido toda su vida.

Miradas curiosas, de peatones que aún vagan por las oscuras calles, se posan sobre su figura. Algunos incluso evitan acercársele, dando vistazos con desdén y muecas desaprobatorias. 

Si tan sólo supieran la verdad...

Corrió de ese apartamento como si hubiera cometido un asesinato; y tal vez lo hizo, tal vez mató a un hombre que rogó por clemencia, pidiendo que se le dejara vivir una vez más. Se sintió así, como si hubiese lanzado un tiro certero que detuvo no uno, sino dos corazones al mismo tiempo. Huyó, dejando atrás a su crimen, cayendo finalmente por el peso de la culpa.

Se mató a sí mismo, cerrándose una puerta que deseó tanto que estuviera abierta, únicamente para darse cuenta de que, en el fondo, seguía exactamente igual de aterrado. Le mortificaba sentir nuevamente, amar como lo había hecho, —como lo seguía haciendo—, rozar con sus dedos esa felicidad de la que todos en algún momento alardeaban, sentirse en paz haciendo absolutamente nada. Temió que una normalidad tan cálida, pudiera ser algo pasajero, trayendo de vuelta a ese sentimiento horrible que lo acompañaba siempre, hundiéndolo nuevamente solo, dejando atrás esa estela de dolor y llanto que atraía siempre.

Escuchando a lo lejos los murmullos y cuchicheos de aquellos que se detenían a contemplarlo unos segundos en ese estado tan lamentable, buscó a tientas entre sus bolsillos por una pequeña caja blanca, encontrándola finalmente y extrayendo de ella, con manos temblorosas, un par de audífonos que se colocó con rapidez. Sus dientes castañeaban, pero nada tenía que ver el frío que lo envolvía al cubrirlo las gotas de agua helada que caían sobre él, sentado aún sobre la acera. Y, no eran las voces de los extraños las que buscaba acallar, sino las propias, las cuales gritaban dentro de su cabeza, haciendo que su corazón latiera y el aire le escaseara. Su propia conciencia buscaba enloquecerlo, pero no podía permitírselo, no ahí, no en este preciso momento, no después de todo lo que había logrado por sí mismo. 

Night ChangesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora