23. Do you want to know a secret?

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"A quien dices el secreto, das tu libertad" -Federico García Lorca

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"A quien dices el secreto, das tu libertad" -Federico García Lorca.

He existido por mucho tiempo; he visto llegar a los humanos e incontables veces los he visto irse. Durante toda mi existencia, he observado un patrón bastante repetitivo en muchos de su especie, que van por ahí tratando de resolver el misterio que es la vida. No lo hagas. No pierdas tiempo valioso de tu existencia tratando de deducirla, dedícate a vivirla, que es lo más importante. Te lo digo yo, que adoro los misterios y los secretos, pero no voy por ahí tratando de resolverlos, ni contándolos a viva voz; pues lo especial de estos es que, las partes que en un principio parecen no encajar, al final lo hacen y es ahí cuando todo cobra sentido.

Detalles que se escapan sin querer y que pueden parecer insignificantes, pero que a alguien que presta atención podrán dar respuesta a muchas interrogantes... o quizás no. A veces las cosas no son lo que parecen y no puedes afirmar como cierto lo que no lo es; no dejes que la curiosidad te engañe y te genere ideas erróneas. Abre bien los ojos, los oídos y principalmente el corazón, pues a veces, es este el que tiene las mejores respuestas.

Como el corazón de una joven que late desbocado al ver detenerse frente a ella un auto que ahora le resulta tan familiar y cálido, como si fuera propio. Vehículo del que, apresurado, se baja un muchacho que rápidamente la envuelve en un tibio y reconfortante abrigo. —G-ggracias. —Alcanza a decir tartamudeando.

—Estamos en pleno diciembre y tú sales sin suéter. Y justo hoy que te toca turno de noche en este basurero. —La regaña él, friccionando sus brazos como técnica improvisada de calefacción, en el corto trayecto hacia el auto.

—E-es q-que l-lo ol-vv-idé e-en c-clas-se. —Intenta articular controlando su tembloroso cuerpo.

—Por salir tarde y andar siempre a las prisas. Vamos, te prepararé un baño caliente y algo para cenar.

—T-tú n-no coc-cinas.

—No, pero hay pizza fría que se puede calentar en el horno. —Admite con obviedad. —Cuéntame, ¿cómo te fue? Espero que ningún idiota haya intentado propasare como la otra vez. —Recordó molesto.

—Gracias a t-ti los meseros ya ni s-siquiera quieren hablarme.

—Mejor así, los muy infelices vieron que ese borracho te estaba acosando y no hicieron nada. Suerte que yo estaba ahí para ponerlo en su lugar.

—P-podía defenderme sola.

—Lo sé, pero quise ahorrarte el problema, arriesgando mi propia integridad física.

—Barriste el suelo con él. —Remarcó ella, sonándose la nariz. —Y le gritaste a todos en el restaurante que eran unos malditos incompetentes.

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