33. Un Problema Menos.

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Rebert.

Había perdido la cuenta de la cantidad de noches en vela por no poder sacar de mi cabeza a Sarah, la tenía en mis pensamientos, la tenía en mi piel y la tenía en mi corazón. Había sido un completo cretino.

Cada noche, al intentar dormir cerraba los ojos y la veía, era como si mi mente jugará contra su propio amo y mostrará nuestra historia en cámara lenta, desde el primer momento que la vi de pie, en el recibidor de la habitación, sus pies bien juntos y a la misma altura, su uniforme impecable, su peinado elaborado y sus manos en la parte de atrás. La forma tan dedicada en la que sacaba la ropa en el armario, prenda por prenda, siendo tan cuidadosa posible, y luego su mano en su pecho cuando le cause ese susto. 

Su sonrisa el resto de los siguientes días, el límite que ella trató de poner entre nosotros pero que yo quise mandar al carajo para estar con ella, con la mujer que me había hechizado desde el primer segundo que la vi frente a mi. Su ceño fruncido y como arrugaba la nariz cuando no estaba tan convencida, nuestras primeras charlas sobre nosotros y como era tan fácil seguir con un tema sin hartarnos. Porque estábamos tan bien encajado como pieza de un rompecabezas que no había límites, no había reglas y no había cansancio entre ella y yo. 

Mi rostro de tonto al escribir las notas que tanto dudé en dejar, mi propia mente me hacía verme a mi mismo escribiendolas, la sonrisa torpe, los ojos con brillo y los suspiros que salían de mi boca al escribir sólo su nombre. Sarah.

Los momentos que habíamos compartido sin imaginar en que acabaría todo. El boliche, el teatro, la cena, Wimbledon, el hotel quien fue amo total de nuestros momentos. El toque de su piel con la mía, esa electricidad única que sentía cuando ella estaba cerca de mi o siquiera rozaba su mano con la mía, la intensidad con la que vivíamos y esos momentos donde me entregué a ella y ella se entregó a mi. El olor de su piel,  la suavidad, su color, su respiración y su tono de voz ligeramente más ronco de lo normal. El brillo y la fogocidad en sus hermosos ojos color miel y esa sonrisa traviesas que no hacía más que enbobarme más a ella, aún huelo su aroma y escucho su risa en eco por las paredes de la habitación. Aunque sé que sólo es mi cabeza jugando conmigo. Como los últimos días de más de catorce meses. Más de cuatrocientos veinticinco días.

Y luego aparece el último día, sus ojos cristalinos, la nariz roja, los pómulos rojos, su voz quebrada, y yo siendo un tonto. 

Esa imagen no abandona mi mente ni un sólo día, muchas veces al día, como si fuera mi propio karma, recordarme como fui capaz de destruir a la mujer que más he amado en este universo y ahora, no lo es más. 

Y no sólo con ella se fue mi felicidad, si no con Richard, él me dió tantas soluciones tenía en sus manos, y preferí permanecer con Margaret a afrontar la vida con libertad y a lado de las personas que amo. No se nada de él desde dos días después de Sarah, cambió su número telefónico e incluso su recidencia, lo sé porque he ido a buscarlo en varias y diferentes ocasiones y no hay nadie, incluso la seguridad que custodia su propiedad me ha dicho que lleva meses sin pararse por ahí, y que no saben cuando regresará.

Supongo que me lo tengo bien merecido, merezco todo lo que me esta pasando, así sea lo peor. 

Estaba viviendo por el momento en mi recidencia en Leicester, tenía que estar junto a Margaret, pero no soportaba su odioso timbre de voz y su patética forma de conseguir todo, incluso a mi. 

El servicio de limpieza estaba haciendo su trabajo mientras yo terminaba de revisar las grabaciones de la película que terminé de filmar hace un par de semanas, mañana  habrá una cena para los protagonistas y todo el cast involucrado como celebración al haber culminado con éxito esta película, y por ende ella tenía que asistir conmigo. 

Fuiste un Error   |Tom Hiddleston| [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora