—¡No lo puedo creer! —chilla Amelia emocionada. Se acomoda el cabello color ámbar detrás de la oreja—. ¿Por qué no nos habías dicho que vas a casarte?
—¿Dónde está tu anillo? —interviene Elina, mirándome con sus oscuros ojos rasgados que lucen más grandes de lo habitual gracias al maquillaje—. Si estás comprometida, debes tener un anillo.
—¿Qué no escuchaste lo que dije? —se queja Gina, recarga su delgado brazo sobre el borde de la mesa—. Nathan se lo dará en un momento especial.
—Que suerte tienes —habla Margot, la única rubia del grupo—. Nathan Hamilton es un hombre muy atractivo —mira a las chicas—. Y muy rico.
Ellas ríen. Sólo sonrío, siendo incapaz de opinar algo de mi compromiso.
Al parecer, la noticia de que Nathan Hamilton me ha pedido matrimonio se ha expandido más rápido de lo que creí. Y por supuesto que las chicas me han pedido que les dé todos los detalles. No he dicho mucho, pero parece que Gina sabe mucho más del compromiso que yo:
—La señora Hamilton ya ha comenzado a buscar un jardín dónde hacer la boda —asegura—. Mi mamá almorzó hace unos días con ella, y le ha platicado todo lo que tiene planeado.
—La única en casarse has sido tú, Gina —interrumpe Margot, le da un sorbo a su café—. Bueno, hasta ahora.
—Lo sé —sonríe con satisfacción—. Recuerdo a la perfección cuando Dave me dió el anillo...
Ella cuenta la historia con ilusión, las demás la miran con atención. A pesar de que la hemos escuchado miles de veces.
Bajo la mirada, me distraigo doblando y desdoblando la servilleta de tela.
Creo que a nadie le extrañó que ella y Dave terminaran casándose.
Digamos que el amor de él es tan incondicional, que literalmente haría cualquier cosa para que Gina esté contenta. Parece no importarle que ella lo trate mal la mayoría del tiempo, aún cuando hay gente al rededor.
Siempre he pensando que él parece estar más sometido que enamorado. O puede que ame tanto a Gina, que no le importa que ella lo trate mal casi todo el tiempo.
De cualquier forma, no sé si a eso se le pueda considerar amor exactamente.
Mi celular suena. Lo saco de la bolsa, el nombre de mi padre aparece en la pantalla. Junto a un mensaje:
Te necesito ahora mismo en la oficina.
Es el pretexto que necesitaba para salir de aquí.
Me despido de las chicas, excusándome con que debo ir al trabajo.
Salgo de la cafetería y pido un taxi. Media hora después, llego al edificio.
Camino por el enorme recibidor de baldosas grises, donde más personas con portafolios avanzan apresuradas de un lado a otro. Me meto en uno de los ascensores, descubro que se encuentra completamente vacío.
Presiono el botón y comienza a subir. Pero, de un momento a otro, se detiene de manera inesperada. Las puertas metálicas se abren. Pero no entra nadie.
Acerco la mano al botón para seguir subiendo. Pero, justo cuando estoy por presionarlo, el corazón me da un brinco al ver que aparece Preston Meller.
—Nos vemos luego, Preston —le dice la mujer que tiene junto, ella le da un rápido beso en la mejilla y se va.
Él no le contesta. Se me queda viendo, y entra al elevador.
Su mirada consigue ponerme nerviosa. Evito mirarlo, él presiona uno de los botones y se para junto a mí mientras se cierran las puertas metálicas. Se acerca, invadiendo intencionalmente mi espacio. —Buenas tardes señorita Ewart —dice, sigo sin mirarlo—. O debería decir... ¿Señora Hamilton?
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Espero verte de nuevo
RomanceÉl es el hombre con el que ella quiere estar, más no con quien puede estar. Muchas personas creen que los matrimonios arreglados eran cosa del pasado. Pero, eso no es del todo cierto. En medio de un ambiente lleno de engaños, frivolidad, hipocresía...