Capítulo 23

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Abro el grifo, y me echo agua en la cara. Me seco con la toalla de papel, y me miro en el espejo.

Estoy pálida, se me marcan las ojeras bajo los ojos, y me veo bastante enferma. Ahora sí ya he empezado a preocuparme, cada vez me siento peor. Creo que iré al médico esta tarde.

Tomo la botella de agua, y me enjuago varias veces la boca. Saco un chicle de menta de mi bolsa, y me lo como, esperando que desaparezca el horrible sabor que se me ha quedado en la garganta.

Me arreglo un poco y después salgo del baño. Me dirijo a mi oficina, y recojo mis cosas. Aún es bastante temprano para que me vaya, ni siquiera es medio día, pero me siento fatal, sólo quiero ir a casa a descansar.

Bajo a la recepción, y uno de los choferes que se encuentran afuera es el que me lleva.

Miro la ciudad a través de la ventana, y recargo la cabeza en el respaldo del asiento.

Me siento agotada, no sólo físicamente, y eso es lo que está empeorando como me siento. El dolor aún no ha desaparecido, sigue tan latente como esa noche, hace una semana, la última vez que lo vi. 

Lo único que logra animarme un poco, es saber que esto no durará mucho. Porque pronto voy a irme. Una vez estando lejos de aquí, estoy segura de que muchas cosas mejoraran en mi vida.

Miro mi celular una vez más, releyendo el mensaje que me llegó hace rato de la agente de bienes raíces de California. Ya ha apartado el departamento para mí, sólo tengo que ir para verlo, y dar el anticipo si es que me convence.

California está hasta la otra punta del país, pero es justo lo que necesito. Alejarme tanto como pueda de aquí. No puedo esperar.

Se supone que Preston y yo nos iríamos. Seguramente ya estaríamos en ese departamento del que tanto hablamos en Nueva York, planeando donde nos casaríamos y...

Sacudo la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. Lo consigo, pero la opresión en el pecho no desaparece.

Sé que el tiempo ayuda a sanar, pero no sé cuanto más pueda soportar sentirme así. Quiero dejar de extrañarlo, de pensarlo, de quererlo... Es como si hubiera una daga en mi corazón, que no deja de doler. Sólo quisiera que eso pudiera desaparecer, olvidar que conocí a Preston alguna vez, y seguir adelante.

El coche se detiene, y miro sin mucha atención la boutique que está frente a mí. La conozco, solía venir de vez en cuando. Miro los aparadores, donde posan los maniquíes. Uno de ellos llama mi atención, porque tiene el vientre abultado. No sabía que ahí vendían ropa para embarazada.

Embarazada.

De repente, algo hace click en mi cabeza. El pulso se me acelera.

Todos esos síntomas: los mareos, las náuseas, el cansancio...

No puede ser.

¿Cómo es que no lo sospeché antes?

Intento hacer memoria de la última vez que llegó mi periodo. Hago cuentas, y tuvo que haber llegado hace más de una semana. Pero ni siquiera lo recordé. ¿Cómo pude ser tan descuidada?

El coche vuelve a avanzar, pero calles más adelante le pido al conductor que se detenga.

Bajo disparada, y me meto a la primer farmacia que encuentro. Y a pesar de lo nerviosa que me encuentro, compro dos pruebas de embarazo. No hay tiempo para ir al médico y averiguarlo con muestras de sangre. Al rato hay una fiesta en la casa por mi compromiso con Nathan, y se vería sospechoso si llego tarde.

El trayecto dura una eternidad, pero cuando llego a casa, me apresuro a bajar. Subo, y me encierro en mi habitación. Me meto al baño, con el corazón latiéndome desbocado contra el pecho, y leo las instrucciones de la caja.

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora