Capítulo 22

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Miro el celular una vez más, pero sigue sin haber notificaciones nuevas. Preston aún no me ha escrito nada, y ya he comenzado a preocuparme.

Y no sé si es el estrés del trabajo, o la ansiedad que me causa pensar que Nathan pueda volver a meterse a mi habitación y hacerme lo mismo. Pero ya casi no como, me siento exhausta todo el tiempo, y por las noches no duermo a pesar de todo el cansancio que tengo.

Ya pasaron dos días desde Nathan se atrevió a tocarme, y ya no puedo dormir tranquila. Él ya no ha intentado meterse a mi habitación. Pero, aún así, me quedo gran parte de la noche despierta. Vigilando que él no entre.

Lo único que me consuela, es que esta noche seguro veré a Preston. No me ha dicho si vendrá, pero hoy se celebra el aniversario de la corporación de los Hamilton, y por supuesto que él y sus padres están invitados.

Estoy ansiosa por saber si compró el departamento, y preguntarle si ya podemos irnos. Lo único que quiero es estar con él, y largarme de aquí cuanto antes.

Camino agarrada del brazo de mi padre, y busco a Preston con la mirada. Pero no lo encuentro por ningún lado.

Hay cientos de mesas ocupadas, y veo a sus padres en una de ellas. Pero a él no lo veo.

Nos sentamos en la mesa que está reservada para nosotros, donde hay personas que no conozco, y me atrevo a mandarle un mensaje a Preston. Pero no me contesta.

Aumenta mi inquietud, y me preocupo más.

¿Por qué no vino?

¿Por qué no me ha hablado?

¿Estará bien?

A penas y toco la comida, y sigo atenta al celular. De repente, como si lo hubiera invocado, siento que vibra. Y veo que me ha llegado un mensaje de Preston.

Te espero afuera en el estacionamiento.

Suspiro de alivio, y me levanto de la mesa con la excusa de que debo ir al baño.

Me apresuro a salir, y me cubro más con el abrigo al sentir que pasa una helada ráfaga de viento.

Busco a Preston con la mirada, giro a la izquierda y lo veo a varios metros de mí a pesar de la oscuridad de la noche.

Él ya me mira desde la distancia, por lo que me doy prisa en llegar a él. Avanzo, y los pies se me hunden un poco en la nieve. Pero eso no me detiene.

Una vez que llego, acorto la distancia y lo abrazo con fuerza.

Cierro los ojos y espero a que sus brazos me rodeen, pero eso no sucede.

Me separo, y lo miro confundida.

Tal vez alguien nos ha visto y él trata de disimular.

—Entra al auto —dice, con cierta frialdad, y abre la puerta.

Lo miro, sin saber el porqué de su actitud. Sin embargo, le hago caso.

Ambos entramos, y él cierra la puerta con brusquedad.

—¿Está todo bien? —me atrevo a preguntar.

Sus ojos se encuentran con los míos, y su mirada es tan intensa, tan llena de odio, que no lo comprendo. Esos ojos que solían mirarme con tanta calma, con tanto amor detrás... Ya no son los mismos. No los reconozco en absoluto, y me aterra.

—¿Cuántas veces se supone que deba dejar que me veas la cara? —su expresión se vuelve dura como la roca, y el resentimiento tiñe cada una de sus palabras.

—¿De qué hablas? —frunzo el ceño.

—No finjas —comienza a alzar la voz, impaciente—. Todo ese cuento tuyo de que Nathan se metió a tu habitación y te tocó porque según no querías —se acerca más—. Toda esa mierda que me decías de que dormías lejos de él. Me hiciste golpearlo, cuando en realidad tú eres la que deja que él se meta a tu cama.

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora