Capítulo 3

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El molesto y agudo sonido de la alarma es lo que me hace abrir los ojos.

Giro sobre la cama. Entrecierro los ojos e intento apagar el reloj digital. Pero no consigo encontrar el botón.

Preston abre la puerta. Y se acerca a apagarlo.

—Lo siento —dice, y bosteza—, olvidé apagar mi alarma —me mira—. ¿Cómo amaneciste?

—Bien —me estiro—. ¿Y tú?

—Hmm... —se pasa una mano por el cabello—. Digamos que no fue tan malo dormir en el sillón después de todo.

Sonríe un poco, y se va al vestidor para elegir su ropa. Quisiera quedarme más tiempo en la cama, en su cama, pero me obligo a levantarme.

Me voy al baño, reviso si mi ropa ya se secó. Y sí que lo ha hecho, ni siquiera está húmeda. Me visto, e intento desenredarme el cabello con los dedos para que no se vea tan enmarañado. También me lavo la cara.

Después, salgo y regreso a la recámara para devolverle a Preston su ropa. Empujo la puerta, y al entrar, lo veo.

Él se queda mirando el celular. No ha terminado de vestirse. La camisa blanca que tiene puesta está desabotonada, puedo ver su pecho, los músculos en su abdomen. Sólo puedo pensar en pasar las manos por su piel, y terminar de quitarle la camisa para tocarle la espalda.

Me aclaro la garganta. Me obligo a apartar a mirada.

—Preston —lo llamo, me mira—. Gracias por haberme dejado pasar la noche en tu casa, y por la ropa —me paso el cabello detrás de la oreja—. Ya tengo que irme.

—Si quieres puedo llevarte a tu casa —deja el celular sobre la cama, comienza a abotonarse la camisa.

—No es necesario, de verdad —alego—. Pediré un taxi.

Dejo la ropa doblada sobre el colchón.

—En verdad, gracias —sólo me mira—. Adiós.

—No hay problema —sonríe un poco—. Ya sabes cómo llegar en caso de que vuelvas a mojarte en una tormenta.

Me sale una risa nerviosa. Tomo mi bolsa, y me doy prisa en marcharme.

Intento seguir con mi rutina, pero en los días siguientes apenas y puedo pensar en otra cosa que no sea Preston. No consigo sacármelo de la cabeza.

A pesar de no poder dejar de pensar en él, no lo veo en días. Y me parece que seguiré sin hacerlo.

Es como si la tierra se lo hubiera tragado. Como si simplemente hubiera desaparecido.

Él no intenta buscarme, a pesar de que una parte de mí lo espera. Pero trato de desechar la idea, porque está claro que eso no pasará.

Me cubro la cara con las manos, y cierro los ojos un momento. Intentando frenar el terrible dolor de cabeza que me aqueja.

Me tomo el vaso que tiene una aspirina en el fondo. Y me dejo caer en el respaldo de la silla.

Estoy agotada, necesito irme de aquí.

Miro la hora, ya casi son las seis, la hora que me libera de este escritorio. A veces pienso en renunciar, cambiar de aires. Pero necesito el dinero para comprar el departamento con el que he estado fantaseado desde que me gradué de la universidad. Y por supuesto que mis padres no me lo han puesto fácil, me dieron un empleo común y corriente. Donde me pagan menos de lo que esperaba, pero lo suficiente para retenerme.

Desvío la mirada hacia la puerta de cristal de la oficina, intentando mirar para otro lado que no sea la pantalla.

Miro a las personas que caminan de un lado a otro sin parar. Y me pregunto si entre todos ellos realmente hay alguien para mí.

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora