Capítulo 25

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Despierto al escuchar los insistentes quejidos de Preston. Giro sobre la cama para mirarlo, y veo que se cubre la cara con las manos mientras se queda quieto.

Me siento con cuidado sobre el colchón, y observo con atención cada uno de sus movimientos.

Seguramente tiene dolor de cabeza, producto de la resaca.

No debería hacerme tantas expectativas, porque no sé qué es lo que pueda pasar, pero puede que lo que me dijo anoche sea cierto.

¿Me dejará explicarle cómo estuvieron las cosas esa noche con Nathan?

¿Me pedirá perdón por todo lo que me dijo?

¿Podremos irnos a Nueva York y vivir en el departamento que compró?

El bebé ya no estará condenado a tener a un padre como Nathan, estaremos a salvo los dos y...

Me obligo a frenar, porque me estoy adelantando demasiado. Y entre más altas son las expectativas, más duro es el golpe de realidad.

Trago nerviosa, y después de reunir el valor suficiente para hablar, me atrevo a preguntarle:

—¿Quieres que te traiga algo?

Noto que se tensa, y se quita lentamente las manos de los ojos.

Me mira incrédulo, y se sienta despacio sobre la cama.

—Tú —dice con voz ronca. Frunce el ceño, y se lleva la mano a la cabeza—. ¿Por qué estás aquí?

—Me encontré anoche contigo —le explico, y jugueteo con el borde de mi blusa, sin poder dejar quietas las manos—. Y estabas tan tomado que te traje a casa. ¿Lo recuerdas?

Él desvía la mirada, y sólo asiente con la cabeza.

—Claro —se levanta. Otro quejido de dolor—. Gracias por traerme, ya puedes irte.

¿Eso es todo?

Siento una opresión en el pecho, y miles de alarmas de alerta se disparan. Debo detenerme e irme antes de que sea tarde, pero cuando menos me doy cuenta, ya estoy diciendo:

—¿No recuerdas nada de lo que me dijiste anoche? —por fin me mira, y vuelve a fruncir el ceño—. Dijiste...

—Oh —me interrumpe, y noto cierta agresividad en su voz—. Estaba tomado, y uno dice estupideces bajo los efectos del alcohol. Si fuera tú, no me haría mucho caso después de todos los tragos que me tomé.

Ahí está otra vez. Ya no logro reconocer al Preston de antes, el que decía que nunca me haría daño. Ahora parece que él sólo está dispuesto a seguir lastimándome, sin importar cuánto pueda afectarme.

Sabía que esto era una pésima idea.

Esto es justo lo que tanto he querido evitar. Por esto no quería encontrarme con él, debí haberme ido anche y no volver jamás. Pero por haberle hecho caso a mis estúpidos sentimientos, me he expuesto a que él me trate de esta manera.

Ya debería irme. Pero, al parecer, mi boca se niega a quedarse callada:

—Dijiste que podíamos volver a intentarlo.

Preston resopla, como si aquello fuera una broma. Sus ojos, en donde alguna vez hubo amor por mí, ahora no encuentro nada más que odio. Parece como si, frente a él, estuviera la peor persona con la que pudo haberse cruzado en la vida.

—No quiero nada contigo —alza la voz, con cierto resentimiento—. No después de lo que me hiciste. ¿Qué esperabas? ¿Qué ibas a revolcarte con Hamilton y después hacerte la victima conmigo para que no pasara nada? —se mantiene sereno—. Además, tú misma me lo dijiste, no quieres volver a verme y yo tampoco quiero verte nunca más. Me he quitado un enorme peso de encima al dejarte. Así que vete de mi casa. Ahora.

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora