Capítulo 18

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Cierro el grifo de la regadera, y me seco el cabello con la toalla.

Antes de salir, me abrocho la bata, y me meto al vestidor para buscar algo para esta noche.

Los Meller darán una fiesta esta noche. Es uno de esos eventos aburridos que tanto detesto, pero esta vez me alegra ir, porque por fin veré a Preston.

Ya es invierno, por lo que me decido por un vestido corto de color negro con mangas largas. Salgo, y lo pongo sobre la cama.

Me acerco a la ventana, mientras me desenredo el cabello, y veo que está nevando. Parece que fue hace una eternidad cuando Preston me habló de irnos de vacaciones a Nueva York. Ocurrió hace un par de semanas, y no lo he visto desde entonces. Supongo que hemos estado bastante ocupados para vernos, pero hoy por fin podremos hacerlo.

Volteo al escuchar que mi celular vibra, lo tomo de la mesita de noche y leo el mensaje:

Estoy ansioso por verte esta noche.

Comienzo a escribirle, pero me quedo quieta al escuchar que se abre la puerta. Bloqueo el celular de inmediato, y vuelvo a ponerlo en el buró.

Nathan entra como si nada. Frunzo el ceño.

¿Qué hace aquí?

—Todavía no termino de vestirme —le digo, y me cruzo de brazos.

—Ya me di cuenta —responde serio, y se me acerca.

Retrocedo, pero él acorta la distancia.

—¿Has bebido? —frunzo más el ceño—. ¿Por qué estás aquí?

No me responde, sólo se acerca más. Sigo retrocediendo, pero mi espalda choca contra la pared, y quedo aprisionada entre su cuerpo y la fría superficie.

—¿Qué haces? —pregunto temerosa, y él me sujeta los brazos con fuerza.

—Esto no tendría porqué ser así, ¿sabes? —inclina la cabeza, y pienso que va a besarme, pero siento sus labios en mi cuello—. De todos modos vas a ser mi esposa, no tenemos porqué esperar.

Lucho por separarme de él. Pero es mucho más fuerte que yo, y no lo consigo.

—Suéltame —le exijo, pero se pega más a mí. Y el temor aumenta al sentir la presión de su deseo contra mi pierna.

Intento zafarme, pero él asegura su agarre y me besa. No le correspondo, y sigo intentando escapar.

No sé cómo es que lo consigue, pero su mano se cuela debajo de la bata y se desliza por mi abdomen. Sube hasta uno de mis pechos, y lo aprieta mientras se pega más a mí.

Y no sé de dónde es que saco la fuerza, pero consigo empujarlo, y me apresuro a cerrar la bata.

—¡No tienes ningún derecho de hacer esto! —le grito, conteniendo las lágrimas—. ¡No puedes simplemente meterte en mi habitación y tocarme!

—¡Por supuesto que sí! ¡Eres mi mujer!

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí, lo has aceptado! —se altera—. ¿O qué es lo que creías? ¿Qué al comprometerte conmigo sólo me importaría salvar la compañía de tus padres? ¡Has aceptado ser mi esposa! ¡Y tienes que cumplir con todo lo que eso conlleva! —se me acerca—. Quiero hijos pronto, y muchos. Eso no está a discusión.

Retrocede.

—Y si no cumples con tu parte, olvídate de que siga con esta farsa. Sin mí, tú y tus padres quedarán en la calle en menos tiempo del que crees.

Se marcha, y cierra la puerta con violencia.

Vuelvo a la cama y me siento.

¿Ahora resulta que quiere tener hijos lo antes posible?

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora