Capítulo 26

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Tengo los ojos cerrados, pero sé que me encuentro acostada. Y enserio lo agradezco, porque me siento bastante débil.

Me remuevo un poco, pero me quedo quieta porque me comienza a doler todo el cuerpo.

Abro los ojos poco a poco, y trato de reconocer el lugar donde me encuentro. Es una habitación blanca, con algunos sillones a los lados, y veo que mis maletas se encuentran debajo de la pequeña televisión que está frente a mí.

Intento quitarme el cabello de la cara, pero me asusto al ver que tengo una jeringa clavada en la mano. Miro la delgada manguera a la cual está conectada, y descubro que me han puesto un suero.

La tranquilidad se esfuma de golpe, y me altero al recordar la razón por la que vine al hospital. Con temor, pongo una mano sobre mi vientre, y me agobio al pensar lo que pudo haber sucedido con el bebé.

El dolor ya no está, pero eso no me calma. El miedo incrementa, porque el motivo por el que ya no siento nada no puede ser algo bueno.

A un lado de la cama, ubico un botón que al parecer sirve para llamar a las enfermeras. Sin dudarlo, estiro la mano y lo presiono con desesperación. Necesito respuestas, no puedo más con la duda.

Un par de minutos después, entra una enfermera.

—Por fin despertó —dice, y cierra la puerta detrás de ella.

¿Cuánto tiempo estuve dormida?

Le preguntaría, pero es lo que menos me importa ahora.

—¿Está todo bien? —pregunto temerosa—. ¿Qué ocurrió con el bebé?

Ella suspira. Esa no es buena señal.

Contengo la respiración, y el terror incrementa. No estoy lista para escuchar lo que tiene que decirme.

—Tuviste amenaza de aborto espontáneo —me informa—. Tenías dolores en la zona abdominal y también presentabas sangrado moderado —anota algo en su carpeta—. Por fortuna, tu cuello uterino permaneció cerrado. Logramos detener el sangrado, y los cólicos. Te hicimos una ecografía y análisis de sangre, todo está bien, tu embarazo va a evolucionar con normalidad.

Consigo volver a respirar con normalidad, y siento cómo el alivio regresa a mi cuerpo.

Vuelvo a poner la mano en mi vientre, y lo acaricio suavemente, agradeciendo que el bebé sigue estando sano y salvo dentro de mí.

—Y, ¿cuándo podré irme?

Jamás me han gustado los hospitales, espero pasar el menos tiempo posible en este lugar.

—Probablemente hoy —responde, y revisa el suero—. Todo depende de lo que diga el doctor Odair —le echa un vistazo a mis maletas—. Lo que sí, es que no vas a poder irte de viaje por algunos días, debes de estar en reposo absoluto por el bien de tu bebé.

Eso complica las cosas. Si no puedo irme, tendré que buscar un lugar donde pueda quedarme una vez que salga del hospital.

La cuestión es, que no tengo a donde ir.

—De acuerdo —le digo—. Muchas gracias.

Ella se aleja, pero antes de salir me dice:

—En un rato traerán tu desayuno, si necesitas otra cosa sólo aprieta el botón.

—Gracias.

Vuelvo a recostarme en la cama inclinada y trato de relajarme.

Tal vez pueda quedarme en un hotel por un par de días, hasta que complete el tiempo de reposo necesario.

Espero verte de nuevo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora