Capítulo 11

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Me abotono la blusa blanca. Intento alisarla con las manos para que no se vea tan arrugada.

—¿Ya tienes que irte? —escucho que me pregunta Preston.

Volteo, y veo que sigue sentado en el sillón individual de cuero.

Le sonrío, me acerco.

—Debo ir al trabajo.

Me toma de la cintura, y hace que me siente a horcajadas sobre él. Deslizo la mano debajo de su camisa desabotonada, y le acaricio el pecho con suavidad.

—Aún es pronto —murmura, su mano sube por mi muslo desnudo—, no hay prisa. Además, sé que este sillón se ha vuelto uno de tus favoritos. Y el mío también.

El calor me sube violentamente a la cara, él sonríe.

—Ya deberías vestirte —intento levantarme, pero él asegura el agarre en mi cintura—. Alguien podría entrar en cualquier momento.

Él niega con la cabeza, y doy un respingo al sentir que baja sus manos a mi trasero.

—No hay prisa. Nadie puede entrar a mi oficina sin mi autorización —me besa, y me acerca más a su cuerpo—. Es más, puedo decírle a la señora Stevens que cancele todas mis juntas y compromisos de hoy. Claro, si aceptas quedarte todo el día conmigo.

Le acaricio la mejilla.

—No creo que sea buena idea que siga viniendo a tu oficina —le rodeo el cuello con los brazos—. Tus padres podrían sospechar si se dan cuenta de que vengo tan seguido.

—¿Qué propones? —susurra—. ¿Que lo hagamos en el asiento trasero de mi coche? —sonríe con picardía—. Como aquella noche en el estacionamiento, cuando nos escapamos de ese baile de beneficencia.

Me río.

—No, deberíamos ir a un hotel. Cómo cualquier pareja normal.

—Mejor a mi departamento —comienza a desabotonarme la camisa—. Vamos después de que terminemos de vestirnos. ¿Te parece?

Le sonrío, y le agarro las manos para que deje en paz los botones.

—Si voy, me convencerás de pasar la noche ahí. Y sería sospechoso si no llego a casa a dormir.

Se pone serio.

—Oh cierto. Olvidaba que duermes con Hamilton.

Suspiro, y le acaricio la barbilla.

—¿Cuántas veces tendré que decirte que tengo mi propia habitación? Y siempre me aseguro de cerrar con seguro antes de irme a dormir.

Él se queda callado, y sólo me mira.

—¿No me crees? —murmuro.

Lo veo en sus ojos, no lo hace del todo.

Me inclino y dejo un beso en su mandíbula, sigo con su cuello.

Suspira, me toma la cintura con fuerza.

—Creo en ti —jadea—. Pero no confío en él.

Me separo para mirarlo.

—Entonces cree en mí —susurro—. Sé cuidarme, tú tranquilo.

Lo beso, y después me levanto para buscar mi falda.

La encuentro cerca del escritorio. Me la pongo, y después me acerco a uno de los ventanales mientras intento arreglarme el cabello con los dedos.

—No puedo creerlo —murmuro—. Mi cabello es un verdadero desastre.

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