Capítulo 19

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Le acaricio el pecho con los dedos, mientras escucho el acelerado latido de su corazón bajo mi oreja.

Sus fuertes brazos me rodean, Preston nos cubre más con las mantas.

Juro que no hay nada mejor que esto. Podría quedarme aquí a su lado el resto de mi vida.

—¿Seguro que nadie podrá encontrarnos? —le pregunto.

—Nadie lo hará —me besa la frente—. Estamos seguros aquí.

Miro el fuego, y me siento tan en calma, tan en paz, que se me comienzan a cerrar los ojos. Pero de repente, él dice:

—¿Sigues tomando las pastillas?

Frunzo el ceño, y lo miro.

—Si, ¿por qué?

—Creo que es mal momento para decirte que me gustaría tener una casa llena de niños corriendo de un lado a otro —me acaricia la mejilla—. Supongo que tendré que buscar una manera de convencerte.

Me quedo callada, sin saber qué decirle.

Él sabe que es imposible que tengamos un futuro juntos. ¿Por qué lo propone si lo sabe igual de bien que yo?

Me obligo a parar con todo lo qué pasa por mi cabeza. No quiero estropear esta noche. Hoy no, quiero disfrutarlo lo más que pueda. Y, ¿porqué no? Atreverme a imaginar un futuro con Preston.

—No quiero tener hijos —le digo—. Y dudo que puedas hacerme cambiar de idea.

Me sonríe.

—¿Y si quedas embarazada después de esta noche?

Me sorprende que no le asuste esa posibilidad. Dudo mucho que él esté así de calmado si eso resulta ser cierto.

—¿Es enserio que quieres tener hijos? —frunzo el ceño—. Creí que eso no era lo tuyo.

—No lo era.

Me mira, y el corazón me da un brinco.

¿Qué  está  proponiendo?

Acaso...

Doy un respingo al sentir que pone la mano en mi abdomen, y lo acaricia con suavidad.

—Entonces... ¿Todavía no hay un pequeño Meller creciendo aquí?

Niego con la cabeza.

—No. Sigo tomando las pastillas. ¿Lo olvidas?

—No son del todo efectivas —me recuerda.

—Tendrán que serlo —le acaricio la barbilla—. Dudo que quieras estarte despertando en plena madrugada para cambiar pañales.

—Si es por nuestros hijos, por supuesto que lo haría.

Nuestros hijos. Duele escucharlo y saber que eso jamás sucederá.

Él me acomoda el cabello detrás de la oreja, y me mira con seriedad.

Parece que algo le preocupa, pero no quiere decírmelo.

—¿Qué pasa? —me incorporo un poco, y recargo los brazos en su pecho mientras lo miro.

Suspira.

—Has dicho que no quieres hijos. Pero supongo que los tendrás con Nathan.

Todo aquello en lo que no quería pensar, aparece. Vuelve el temor, y la amarga sensación que viví horas atrás con él.

—Él quiere que los tengamos. Yo no, pero hace rato en mi habitación, él... —me callo de inmediato, y comprendo que he cometido un grave error.

Por supuesto que Preston ha escuchado. Porque se sienta, y me mira con recelo.

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