Capítulo III: Viaje de Carretera

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"No te perdono

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"No te perdono. Y tengo hambre."

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Las luces de la cochera se encendieron, dejando ver un auto que era demasiado caro cómo para haber sido pagado con el pobre sueldo de un empleado público.

- ¿Esto es tuyo? - Rachel se apuró a entrar, admirando la belleza de vehículo que se encontraba frente a sus ojos.

-Claro que no-. Murmuró Nora, con cierto enojo en su voz, reconociéndolo a la perfección.

- ¿Estás lista? - El chico se ponía el cinturón eufórico, sin quitar la vista de la cochera abriéndose. La luz entraba, cegándolos.

-Dick, ¿estás seguro de esto? - Tomaba el volante una Nora de 10 años, que apenas llegaba a los pedales. - Porque si Bruce lo descubre, te echaré la culpa-. Se giró a su hermano, que se sentaba en el asiento del copiloto.

Dick rio. - Alguien tiene que enseñarte a conducir, y créeme no es tan difícil cómo parece-. Puso sus manos en sus muslos, devolviendo la vista al frente. - Sólo... si ves un peatón aprieta el embriague y luego el freno-.

- Okay...- De a poco comenzó a avanzar, a paso de tortuga.- Oh, no es tan complicado...-

-Tal vez si fueras un poco más raaaAAAAAAAAAAAA ¡NORAAAAAAA DEJA DE ACELERARRRR! - Se aferraba al cinturón, cómo si su vida dependiera de ello, porque, en cierto punto, lo hacía. - ¡ALFRED, ALFRED, ALFRED! -

- ¡DEJA DE LLAMAR A ALFRED ÉL NO NOS VA A AYUDAR! - Aún no salían de los jardines de la mansión Wayne, y ya estaban a punto de morir. La pequeña había quitado la vista del frente, intentando localizar el freno con las puntas de sus pies; ya de pequeña la altura le jugaba en contra.

Justo cuando creía que había encontrado el pedal que los haría detenerse, el auto comenzó a ir más rápido.- ¡NO, NORA! ¡ALFRED! - Señaló el frente, haciéndola entrar en razón. El mayordomo podaba la enredadera de la entrada con una cortadora eléctrica, para la cual necesitaba usar orejeras anti-sonido.

De un momento a otro, los hermanos Grayson pasaron de andar cómo un cohete por el camino principal a estrellarse contra los arbustos, destrozando todo el arduo trabajo que los de jardinería habían hecho para dejar la casa en un estado digno de un multimillonario (Alfred hubiese preferido que lo atropellaran a que acabaran con las magnolias).

- ¿Estás bien? - Dick tanteó la cara de la pequeña, que aún sostenía fuertemente el manubrio, asegurándose de que no tuviera nada.

-Fue tu culpa-. Le recordó.

El recuerdo se vio opacado por el hecho de que Dick se había olvidado de más que su cumpleaños esa semana. Que la única razón por la que esa aventura había sucedido era porque se sentía culpable de haber dejado pasar la ocasión. Su recital de ballet se le había borrado de la mente a él y a Bruce por tener que responder al "llamado de la justicia", y aunque era algo noble, la pequeña no podía evitar sentirse vacía. Lo cierto era que... se había lucido, y nadie había estado ahí para verlo.

Rugidos Sordos [Gar Logan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora