Día 31: Halloween.

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—¡Alexander, date prisa! —exclamó una voz desde las escaleras, que quizá se escuchó por el resto de la casa.

—¡Ya voy! —respondió otra voz más apagada debido a que algo obstaculizaba su salida.

Casi de inmediato, de la segunda planta se abrió una puerta, de la cual salió un zorro de pelaje marrón que se acomodaba unos guantes blancos, incómodo puesto que también estaba agarrando un libro con su otra mano.

El canino de quince años bajó las escaleras haciendo resonar sus zapatos blanquecinos para encontrarse en la sala a otros tres animales de su misma edad. Acomodando su capa blanca con capucha por encima de su camiseta negra y sacudiendo sus pantalones marrones, tomó la palabra ante la mirada de sus amigos:

—Perdón —se disculpó observando a los otros, parpadeando un poco. Aún no se acostumbraba del todo a los lentes de contacto.

Un conejo y un halcón intercambiaron miradas mientras que el león, aquel que llamó al zorro, solo se rascó la nuca.

—De hecho estamos a tiempo. Michael sabía que te atrasarías, por eso te apresuró haciéndote creer que era tarde —reveló el halcón de plumas blancas.

Aquella ave tenía un disfraz curioso. Botas con forma de patas caninas, pantalón marrón con bordados que hacían creer que estaban desgastados con el tiempo. Un abrigo cubierto de pelaje, y de casco las fauces de un perro que daban la impresión de que lo estaba devorando. Tenías sus alas cubiertas de papel maché pintado de negro para hacerlas pasar como alas de murciélago.
Todo en su totalidad fue lo más cercano que sus padres pudieron fabricar para aproximarse a la criatura mitológica que tanto le llamaba la atención.

Tras escuchar la explicación de Daniel, el zorro dirigió sus ojos violetas hacia el león, el cual tenía un disfraz de caballero medieval, pero sin el casco.

—Por el lado amable, ya estamos todos —intentó defenderse el felino, encogiendo de hombros.

El conejo rió por eso luego de estar mirando en silencio.

—En parte es tu culpa, Alexander. Llevas cayendo en lo mismo varios años consecutivos —se burló Jason. Luego dio un respingo al acordarse de algo—. Por cierto, tus padres salieron primero, nos estarán esperando cerca de la primera casa. Dijeron que cerraras bien la puerta al salir.

De pelaje blanco y ojos azules, el joven conejo llevaba puesta una gabardina negra, pantalones rojo vino y unos zapatos del mismo color. En su ojo derecho, un monóculo. También de uno de sus bolsillos sobresalía la cadena de un reloj.

Ya con esos comentarios y todos aparentemente preparados, se aceraron a una mesita para buscar sus calabazas. Cuando se separaron, el león se percató del libro que llevaba Alexander.

—¿Tardaste porque te distrajiste leyendo, verdad? —inquirió el felino.

El contrarío desvió sus ojos, avergonzado, pero luego regresó a mirarlo con firmeza.

—Sí, así es —contestó.

El felino suspiró.

—Alex, entiendo que es un regalo importante para ti, pero ya te lo dije —empezó, para luego bajar un poco el volumen de su voz, añadiendo —: nosotros los hechiceros no tenemos cabida en tiempos modernos —sentenció —. Debes dejar de aferrarte a esas historias ficticias del pasado —apremió.

Aún firme, el zorro lo miro fijamente para decir:

—Historias del pasado —corrigió, omitiendo un término a plena consciencia.

El león rodó los ojos.

—Bien, como digas —gruñó, desistiendo del tema.

El zorro dejó el libro en la repisa. Luego sonrió mirando al resto.

—Bien, ya que Michael hizo que por fin dejara el libro a un lado disfrutemos del halloween sin preocupaciones de hechiceros. Ahora nuestra mayor preocupación será conseguir los suficientes dulces como para reventar.

Luego sacó un mapa de su bolsillo.

—Con esta ruta que planeé estoy convencido de que romperemos nuestro récord del año pasado —afirmó, aún sonriente.

Todos se contagiaron de su sonrisa.

—¡Vamos! —exclamó el grupo al unísono, emocionados.

Aunque el león sabía que su amigo no dejaría de insistir en eso de que algún día los hechiceros volverían a usar sus poderes para ayudar al mundo, decidió dejar de lado el tema. Porque para él solo les esperaba aventuras tan comunes y tan corrientes como las de cualquier otro animal.

¿Verdad?

Estoy seguro que sabes la respuesta.

Todos apagaron luces de la sala y cocina, dejando la del pasillo principal encendida. Salieron, aunque Alexander se quedó de último. Antes de cruzar por la puerta decidió darle un último vistazo al libro de la repisa aún visible.

Luego el zorro se retiró.
Aquel libro, ahora solitario sin nadie que lo leyese, tenía como título principal "Las crónicas del llanto".

¿El subtítulo?

Una de las tantas grandes aventuras que se relatan allí.

Furtuber2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora