Pom, pom, pom, sonó en el piso.
Brisa resopló hastiada. Llevaban toda la mañana con el ruidito. Desde que Jules era la novia semioficial de su vecino del cuarto, tenía mucho tiempo de soledad en su casa. La pobre ya había hecho de todo. Desde adelantar cosas de su trabajo y la universidad, hasta ganchillo creativo. Se aburría sin remedio. Y es que, si le preguntaban, diría que echaba de menos a su compañera de piso y a su vecino. Los veía tan poco que a veces creía que se habían mudado, hasta que ese odioso pom, pom, pom regresaba para recordarle que no estaba sola. Aunque en esos momentos concretos casi prefería estarlo.
Pom, pom, pom.
Estaba harta.
Pom, pom, pom.
Cansada.
Pom, pom, pom.
Hasta las narices.
Pom, pom, pom.
Más cabreada que una mona.
Pom, pom, pom.
No aguantó más. Se remangó las mangas de su blusa vintage color crudo y tomó una determinación. La iban a oír aunque solo fuera por esa vez. Se levantó decidida y se dirigió a la despensa en busca del barredor.
Pom, pom, pom.
-Malditos escandalosos -exclamó airada recordándose a Jules hacía unos meses-. Voy a subir. Tapaos u os golpearé con el barredor. Lo juro.
El silencio se hizo y Brisa se calmó por un momento.
Pom.
Soltó el palo y abrió la puerta tremendamente irritada.
Pom.
Subió las escaleras de tres en tres y llamó a la puerta tan fuerte que dejó una marca con su anillo.
Pom.
La puerta se abrió y la imagen que recibió la dejó algo descolocada.
Su vecino llevaba lo que parecía ropa de trabajo. O eso quería creer. Una camiseta vieja, viejísima, llena de manchurrones de lejía en la que ponía: Mi camiseta de los domingos; unos vaqueros negros agujereados en la rodilla y un ridículo martillo colgando de la trabilla del pantalón.
Brisa boqueó como un pez fuera del agua, con el ceño fruncido. ¿De qué iba disfrazado? Sospechó que de chapuzas, aunque no estaba del todo claro. ¿Para que más cosas se podía usar un martillo? Solo le vinieron dos opciones a la cabeza y las dos la desagradaron demasiado. Antes de que pudiera decir nada, su compañera de piso apareció por detrás de Seth. Ella también iba vestida de chapuzas, con la diferencia de que llevaba un cuadro en la mano y un lápiz detrás de la oreja.
-¿Se puede saber qué estáis haciendo?
-¡Entra y te lo enseñamos! -exclamó Jules haciendo un gesto con el cuadro que llevaba en la mano para que se acercara.
Brisa torció el gesto en una mueca de desagrado y entró sin mucho ánimo. De las dos ideas que tenía en la cabeza, prefería el asesinato a la fantasía sexual. Sin embargo, cuando entró a la estancia, eso era zona en obras. La pared, que antes era de un reluciente color blanco, ahora tenía media docena de agujeros repartidos a lo ancho y largo de la misma; así como el polvo de yeso desprendido que moteaba la oscura madera del suelo como si hubiera nevado. Era una escena turbadora. Al menos para Brisa. ¿Qué había ocurrido ahí?
-¿Estáis haciendo bricolaje? -preguntó sin creérselo.
-Yo hago bricolaje. Él está intentando encontrar una salida -le aclaró Jules señalando los agujeros de la pared.
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Las coleccionistas de romances
Romance¿Si te dieran la posibilidad de ahorrarte decisiones complicadas lo harías? Ellas aceptarán ese juego, que pondrá sobre la mesa todas sus malas decisiones.