Todas(8): Tengo que irme.

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Hola a todas! Aquí traigo nuevo capítulo de las tres. No diré nada más hasta el final. A leer, buenas mujeres.

Jules

Pululaba por el piso en el temporal de aburrimiento más grave desde el otoño de 2005, en el que las cotas alcanzaron un máximo del noventa y ocho por ciento. Aunque lo de pulular no era por aburrimiento, sino por frío. Ambos se habían unido en una vorágine indestructible, que estaban consumiendo el ánimo de Jules por sacarse el pijama de encima. Se planteaba comenzar a comer las reservas de la nevera hasta que llegase la primavera. ¿Cómo podía hacer tanto frío en Liverpool? Estúpido cambio climático. ¡Si ella cogía el metro, reciclaba, compraba ropa de segunda mano y cerraba el grifo cuando se lavaba los dientes! El cambio climático debería ser solo para los que iban consumiendo gasolina como el agua, con sus grandes coches de motores devora ecosistemas. Como su vecino. En cambio, él vivía en un piso caldeado, bonito y adaptado para vivir como un jodido rey. Y si no fuera suficiente, no la dejaba entrar. Por lo visto estaba dispuesto a esperar para verla hasta su primera cita. Jules rezaba porque fuera en una sauna o junto al horno industrial de alguna panadería de esas que respetan lo mínimo la calidad del aire.

Caminó hasta la nevera, dispuesta a comer un poco de pastel de calabaza congelado que quedaba de las Navidades. Tenía hambre y necesitaba calorías para poder sobrevivir al invierno. Con la cara iluminada por la luz del refrigerador, se quedo a oscuras en medio de la búsqueda. ¿Qué había ocurrido? Jules miró alrededor y no vio nada. Oscuridad. Absoluta e impenetrable oscuridad. Caminó como pudo hasta la entrada, debía comprobar si fuera también se había ido la luz. Al abrir la puerta, la luz parpadeante, fluorescente del pasillo dio un ambiente verdoso e inquietante. Jules cerró de un portazo maldiciendo a voz en grito. Les habían cortado la electricidad.

Guiándose por la única luz que le proporcionaban las ventanas, fue hasta un cajón de la cocina y sacó varias velas. No era la primera vez que le cortaban algo. Pero nunca la luz y la calefacción a la vez. Encendió varias y las dispuso por la estancia, dentro de tarros de cristal. Ahora su apartamento parecía una casa del siglo XVIII.

Unos golpes en la puerta la asustaron. Ese ambiente no era el más propicio para ese tipo de sustos. Para ninguno en realidad.

Volvió hasta la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Era su vecino. Maldijo entre susurros y se quedó muy quieta. Casi sin respirar. Si no se movía tal vez se fuera. No quería que viera la precaria situación.

-Jules, sé que estás ahí. Te ha oído maldecir todo el edificio. -Siguió parada con la esperanza de que se fuera-. De hecho te sigo oyendo maldecir. Abre de una vez, aquí fuera hace frío.

Que sabrás tú de frío pensó Jules. Se deshizo de la manta que llevaba puesta sobre los hombros y abrió lo mínimo, dispuesta a contarle la mentira más gorda de la que fuera capaz.

-Que pasa, tío... -dijo con tono casual asomando la cabeza por el mínimo hueco.

-Nada. Tía -contestó Seth guardándose las manos en los bolsillos y frunciendo el ceño, mosqueado-. ¿Y a ti, qué te pasa?

-Nada.

-¿Nada?

-Nada -repitió con una gran sonrisa.

-Serás trolera.

-Y tú desconfiado. Estoy muy enfadada contigo, Seth Matthew. Me decepciona que no me creas. Si esta es la confianza que me demuestras, será mejor que te vayas. Ya te diré cuando puedes volver... El mes que viene quizás, depende del tiempo.

Jules intentó cerrar la puerta pero el pie de Seth se lo impidió. Siguió intentando cerrar hasta que su vecino soltó el improperio más burdo que había oído en lo que llevaba de año, y al final abrió. No quería destrozarle el pie.

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