Olivia (3): Cuando el pasado acecha.

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Bueno, no me entretengo que me hr ido a la playa de vacaciones,  que ya tocaba. Os dejo con Olivia, que creo que es un capítulo corto pero interesante. Si es así comentad y votad, que con el antetior cap me tuvisteis tocando castañuelas de lo contenta que me puse porque comentarais. Muchas gracias!  De verdad de la buena. Un besote y cuidaros.  :)

Olivia llegó a su apartamento bien entrada la noche. Estaba agotada, había trabajado hasta tarde y lo único que quería era acurrucarse en su mullido colchón y dejarse llevar a un plácido sueño.

Abrió la puerta principal con cuidado de no hacer ruido, pero Mofeta ya la había oído a tres barrios de distancia y la esperaba arañando la puerta, meneando la cola animado. Ella se quitó los zapatos de tacón, no quería despertar a nadie, aunque Mofeta lo haría por ella. Afortunadamente, este se calmó en cuanto le dio una galletita del bolso.

Caminó por el largo pasillo a oscuras, tan a oscuras que no podía ver el final del mismo. Pasó la mano por la pared para no perder su rumbo hasta un interruptor. Encendió y apagó varias veces las luces, pero no se encendieron. Las bombillas debían estar fundidas, como siempre, nunca se cambiaban. Olivia no se detuvo, ese pasillo era recto y largo, no le hacía falta las luces para avanzar. Fue silenciosa, con Mofeta tanteando el terreno un par de metros por delante de ella. Entonces, una risa aguda y cantarina retumbó por el pasillo. A Olivia se le erizó el vello de la nuca, se giró en todas direcciones, pero no vio nada, era imposible entre tanta oscuridad. Solo consiguió desorientarse. Otra risa más masculina se oyó y Olivia se estremeció. Conocía aquella risa. Corrió hacia donde pudo hasta que, tras incontables minutos de avance sin éxito, dio con un puerta. Forzó el rígido pomo, que terminó cediendo entre sus manos. Una luz la cegó, las risas se hicieron más fuertes y Olivia  se llevó las manos a los oídos para no ensordecer.

Las sábanas estaban revueltas al pie de la cama y la almohada en el suelo. Solo había sido una pesadilla.

Olivia se estiró, tapándose la cara con ambas manos y resoplando resignada. Esa pesadilla no era desconocida para ella, ni muchos menos. Llevaba meses atormentándola con esas dos risas que tanto conocía.

—Capullos —murmuró al aire.

Echó mano del despertador para comprobar la hora. Solo eran las cinco de la mañana, tendría que echarse mucho corrector para disimular las ojeras. Se levantó perezosa y se dirigió escaleras abajo. La televisión estaba encendida y un programa de teletienda iluminaba sutilmente el rostro traspuesto de su padre. Otra noche más se había quedado durmiendo en el sillón. Desde que Olivia se había vuelto a trasladar con él, nunca lo había visto dormir en su cama. Y desde que llegó Mofeta, debía compartir parte del sillón con el cánido. Tras varios minutos contemplándolos a los dos, preparó la cafetera y se fue a duchar.

A las seis ya estaba completamente preparada, sentada en el taburete de la cocina, observando el mosaico de frutas y flores del alicatado de la cocina. Era incapaz de moverse, la pesadilla le había tocado la fibra sensible y además no quería ver a sus jefes. Los pudo evitar el fin de semana, pero era lunes. Le exigirían su parte del trato, que les hablara de las coleccionistas.

Olivia decidió ir a las nuevas oficinas para conseguir trazar una excusa que la salvara. Para cuando llegaran, ella ya tendría un plan para escabullirse y sus jefes ni lo olerían. Tenía una mente prodigiosa para los planes. A veces, Olivia se sentía como los malos que salían tramando en las películas o como Hannibal del Equipo A. Le encantaba que los planes salieran bien. Pero primero tenía que pensar uno.

Después de dejar una bandeja con desayuno para los dos hombres de la casa, se encaminó al trabajo. Cogió el metro hasta la costa y en un momento estuvo en las oficinas. Todo estaba a oscuras en la entrada, como en su pesadilla. Olivia tragó saliva para ahogar sus miedos y se dirigió al interior. La luz del alba se filtraba por las cristaleras superiores e iluminaban el gran espacio diáfano.

Las coleccionistas de romancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora