Annabel (1): Para que te oigan debes hacerte escuchar.

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Buenas noches! Os dejo el nuevo cap que os prometí. Espero que os guste. Muchas gracias por vuestros votos y comentarios, me ayudan muchísimo. Un besote y ya sabéis que debéis hacer si queréis quejaros, reclamar o decir cosas bonicas.

Annabel

Estaba entusiasmada. Se sentía importante, misteriosa y que estaba haciendo algo extremadamente secreto. Nunca la habían visto tan emocionada sus compañeros de trabajo. Pelaba, cortaba, sazonaba y estofaba con más dedicación de la habitual. Y eso que para Annabel su vida era la cocina. Podía pasarse horas muertas entre fogones, cuchillos y cualquier cosa comestible. Preparando exquisitos platos de comida de cualquier parte del mundo. No le echaba atrás nada. Ni los platos más complicados. Pero ese día…ese día Annabel podría haber hecho una crema inglesa gigante sin despeinarse. Estaba pletórica. Y era de comprender. Ella nunca había sido cogida en una hermandad secreta. Bueno, ni no secreta. Por no ser, no era ni socia de la biblioteca. Nunca había tenido suerte en ese terreno de su vida. Cuando tenía cinco años, Noah, su vecina, le mojó “sin querer” el libro que Annabel había cogido de la biblioteca. El libro quedó tan lleno de barro que la vieja bruja de la recepción le confisco el carnet de la biblioteca. Tres años más tarde, en la fiesta del té infantil para recaudar fondos, alguien fue diciendo que sus galletas de chocolate estaban hechas con tierra y lombrices. Por supuesto, nadie se las comió y la directora le instó a presentarse cuando fuera más mayor. Así que Annabel se presentó ocho años después como cocinera para el picnic de primavera. En esa ocasión su tarta de chocolate se estropeó, porque su vecina le gastó la broma de cambiar el azúcar por sal. Todavía recordaba sus palabras:

“No te enfades, Anne. Solo era una broma. Además, ni que un pastel de chocolate les fuera a impresionar”

Annabel se asustó por un momento. Si Noah se enteraba de su nueva actividad la arruinaría. Como siempre. Eso debía seguir siendo secreto. Por el bien de su permanencia. Además, su madre querría sacar tajada e intentaría convencerla para ver si las coleccionistas le podían conseguir una silla motorizada para la tía Dorota.

Después de terminar de hacer la cena y esperar a que los señores se la comieran, se fue pitando hacia el White Star. Le encantaba ese pub, pero desde que se mudó no lo había pisado. ¿Qué mejor sitio para reunirse una sociedad secreta? Bueno, quizás había sitios mejores, pero ella no los conocía.

Entró por la puerta del local justo en el momento de que unas nubes negras como cavernas estaban a punto de descargar sobre la ciudad. Ya se había terminado el verano en Liverpool. No tardó en divisar a sus nuevas “hermanas” ¿Las tenía que llamar hermanas? Según las instrucciones de su caja no podía revelar detalles de  ella misma, ¿Eso incluía el nombre? No podía ser, ya se sabían sus nombres. No tenía ni idea de cómo proceder. La falta de experiencia en clubs la aterraban. Algo atorada por la importancia que le daba al momento, se dirigió a la barra y llamó al camarero. Un chico rubio con barba, camisa gris y pintas de ser muy fuerte. Éste se acercó hacia ella con naturalidad y le preguntó que quería.

—Una pinta de rubia —dijo Annabel.

Ese era el momento en que el camarero debía ir hasta el surtidor coger un vaso de pinta y llenarlo de clara y fresca cerveza. Pero en vez de eso, permaneció en su sitio mirando a Annabel con curiosidad.

—Repite —le pidió.

Annabel le miró extrañada, pero repitió su pedido. El camarero sonrió satisfecho y fue a cumplir su función. Al volver puso un posavasos frente a ella y dejó la cerveza con cuidado.

—Aquí tienes.

Satisfecha por ver aquel enorme vaso ante ella, bebió con calma pero sin despegar los labios del vaso. Así hasta que se lo terminó de un trago y lo dejó sobre la barra dando un pequeño hipo.

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