presentación 2: A.M

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Hola a todas! Os traigo la segunda presentación :) Ya sé que os dije que subiría las dos, pero es mi cumple y estoy con la familia y luego con los amigos a celebrar. Espero que os guste. Un besote ^^

Ella tenía una vida de lo más normal, con un trabajo que no adoraba pero le servía para pagar las facturas de su íntima casa de cuarenta y cinco metros cuadrados; un coche de segunda mano desde hacía cuatro meses; y un montón de libros de segunda mano en su salón; tenía un gato, lo llamaba gato, y no era por Desayuno con diamantes, si no porque el gato solo respondía a ese nombre; tenía unos padres que la adoraban, que la llamaban todos los días para decirle que debía empezar a encauzar su vida y alcanzar el éxito personal y profesional; y un hermano adolescente que solo hablaba si era por Internet, tenía una amiga que nunca fue su amiga; y, muy a su pesar, tenía una vecina que le roba las pinzas del tendedor. En fin, que ella tenía todo lo que necesitaba, pues tampoco le servía de nada lamentarse por lo que no tenía.

Cada una de esas cosas construían su día a día y daban sentido a cada segundo que pasaba, en cada minuto, de cada hora, de cada día. Pero también tenía sueños amontonados entre los libros de su destartalada librería. En ellos no había gatos llamados gato, ni vecinas hurtadoras de pinzas, porque esos sueños los construía en papel, para luego encuadernarlos y apilarlos en estanterías que improvisaba con viejas latas de crema de guisantes.

Todos los primeros y terceros domingos de cada mes le tocaba trabajar en la mansión. Era cocinera, una de las mejores; pero no lo veía así. Trabajaba para una familia adinerada de la ciudad, buenas personas, aunque el sueldo que le pagaban era tan rancio como el título aristocrático que ostentaban.

Ese domingo, tendría que coger la bici para ir hasta la parada de bus que le llevaba a Liverpool. Habría ido en coche como siempre desde que se mudó a su nueva casita; pero, la fortuna estuvo de su parte el día anterior y encontró un gran sitio para aparcar en la ciudad y lamentaba perderlo. Así que lo dejaría hasta el fin de semana próximo, esa semana tendría que coger el bus todos los días.

Tenía que darse prisa, si no cogía el autobús de las seis tendría que esperar hasta dos horas al siguiente o ir en bici a la ciudad. ¡Ni de broma! pensó algo abatida, en ese momento se arrepentía de tener el coche en la ciudad. Recogió su bolso, guardó el periódico que habían dejado en su buzón y salió corriendo con la bicicleta entre las manos.

Finalmente, llegó con cinco minutos de adelanto a la parada, que solo eran varios postes de madera, de una antigua cerca, casi caídos. Ató, lo mejor que pudo, la bicicleta al poste más dignamente vertical que quedaba y se apoyó en equilibrio, mirando impaciente el reloj de su muñeca.

El teléfono sonó, asustándola. ¿Quién llamaba a esas horas de la mañana? Pues quién iba a ser. Su madre.

-Hola, mamá...

-¿Has perdido el autobús? -dijo una voz demasiado activa para esas horas.

-No, mamá...¿No es muy temprano para llamarme? -dijo bostezando, eran las seis de la mañana, por Dios. Solo a los idiotas les tocaba madrugar tanto un domingo.

-Me he despertado para llamarte. No me fiaba de que madrugaras tanto, ya sabes que siempre te ha costado un poco... -continuó su perorata, sin ningún ánimo de que hubiera respuesta al otro lado del teléfono. Ya que había madrugado tanto para ser el soporte de su hija, y el mercado todavía seguía cerrado, le contaría las novedades en el barrio. Tal vez si le comentaba lo que Noah, su vecina y amiga de la infancia de su hija, había conseguido en los últimos meses cogía alguna buena idea.

La muchacha escuchó incansable a su madre como le contaba la obra y milagros de Noah, su vecina y competidora desde la guardería. Nada ni por asomo interesante para ella.

Las coleccionistas de romancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora