Annabel (8): Sácame de aquí.

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Buenos y madrugadores días. Terminé esta primera parte del cap anoche y la publico ahora porque tengo un rico día de inventario en mi trabajo y mecesitaba descansar. Siento haber estado tanto tiempo sin dar noticias ni publicar, al final estas fechas se me apoderaron. Espero lo entendáis. Disfrutad del año y feliz cap nuevo. O algo así XD.  Besotes

—Y este es para Anna —dijo la señora Miller—. Aunque nadie lo dudaba.

Annabel no había podido dejar de notar como su solitario regalo bajo el árbol había sido desenvuelto y envuelto por segunda vez. Según su madre, era porque se confundió al entregarlos. Annabel no dudó de la palabra de su madre, aunque creía recordar que, cuando se la encontró de compras navideñas, su regalo iba en la bolsa de una famosa tienda de decoración. Se equivocaría, claro está, porque su regalo era un abrigado pijama de franela y unas zapatillas a juego.

—Gracias, mamá —dijo dándole un beso en la mejilla. Después fue a su padre—. Gracias, papá.

—Tú gato se está comiendo las galletas —dijo una voz electrónica. Era el Ipad de su hermano. Desde que había instalado un programa de voz, ya ni se molestaba en hablar.

—Eric, hijo, deja el ordenador y habla como las personas en cristiano que para eso te bautizamos. Anna, saca al gato de aquí. Déjalo en tu habitación.

Cogió a Gato y se lo puso sobre el regazo para intentar calmarlo. Era imposible después de haberlo dejado toda la noche con Mofeta, estaba alterado. El perro se había pasado toda la noche intentando atraparlo, cuando lo lograba, lo sujetaba con las patas delanteras y le lamía hasta que Gato de escabullía y volvían a jugar al ratón y el gato. Podría decir al perro y al gato, pero estaría mal expresado, porque no se llevaban mal, sino más bien todo lo contrario. Al menos por parte de Mofeta.

Gato echó una mirada felina a Annabel. Una mirada que no necesitaba traducción. “Esto es tu culpa, humana, ¿por qué me sacaste a media noche de mi hogar?”

—No me mires así. No quería dejarte solo en Navidad —le confesó su dueña apretujándolo contra su regazo.

—Afortunado el gato —espetó la señora Miller, que había oído la charla entre su hija y la mascota de ésta.

—Mamá… Tuve trabajo.

—No sé por qué te empeñas en ser cocinera. ¡Y para gente de pueblos de mala muerte! —Annabel se contuvo de contestar, sabía que eso era una batalla perdida—. Solo triunfan los hombres en ese negocio. Todos los programas de cocina lo demuestran.

—Pero yo no quiero triunfar, solo quiero hacer lo que me gusta. —Annabel le dio un beso a Gato y este se escabulló sigiloso sin que se diera cuenta—. Y no es un pueblo de mala muerte, mamá. Son buena gente, con sus rarezas, pero buena gente. Además, les encantó lo que les preparé, y hasta la fecha han sido mis clientes más exigentes.

—Con lo tonta que eres seguro que no les cobraste —dijo la señora Miller entretenida, doblando calcetines, sin ver la expresión de su hija—. Noah nos invitó a un magnífico almuerzo en su nueva casa. Doscientos sesenta metros cuadrados, suelo de roble y molduras talladas a mano. Menos mal que le regalé una mesita para el té clásica. Si llego a comprar la que me recomendó la dependienta habría quedado ridícula en una casa tan bonita.

Annabel permaneció callada, sin molestarse en enfadarse porque ella siguiera teniendo como mesa un panel de palé y cuatro bloques de hormigón. Su madre nunca había sido excesiva en esa clase de atenciones respecto a su hija.

—Menos mal que la mesita era igual de hortera que la casa —dijo el Ipad.

—¡Eric! —exclamó la señora Miller antes de retomar el tema—. Le va estupendamente en la revista. Ya tiene una página entera para ella y va a publicar un libro. A parte, se ha comprometido con su editor. Son una pareja tan perfecta.

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