Annabel había tenido el sueño más espléndido de su vida. Decir que había dormido bien era poco. Había descansado en una mullida nube con el mejor olor que inspiraría en su vida y soñando las mejores cosas que soñaría en su vida. Una madre que le hacía cumplidos, un pequeño restaurante propio, muchas amigas en una fiesta de las coleccionistas, Noah de bruces en una cochiquera y un amigo inquebrantable que no hacía trampas al Apalabrados. Puede que algunos de los sueños no fueran demasiado ambiciosos, pero a ella le bastaban.
Todavía dormida, en esa especie de trance en la que sabes que estás dormida pero eres incapaz de volver al mundo real. Paseó las manos sobre las frescas sábanas de algodón, deleitándose en la esponjosidad de las mismas. Luego estiró las extremidades, formando una cruz humana que disfruto del frescor de cada rincón de esa, enorme, mullida y esponjosa nube. Espera. La nube de Annabel no era tan grande y esponjosa. Más bien todo lo contrario. Su madre la había obligado a comprarse una nube dura para que su espalda no se torciera, y pequeña para que... Pues para qué necesitaba una nube grande si solo iba a dormir ella. Eso solo era desperdiciar espacio.
La punta de sus dedos tocaron algo más cálido y más suave, eso no era su esponjosa nube pero no estaba mal. Al menos hasta que le pilló la mano y parte del brazo. Annabel intentó liberarse sin éxito, solo consiguió un ronquido quejicoso por parte de lo que la tenía presa. Abrió los ojos y frente a ella estaba su mejor amigo, completamente dormido. ¿Dónde estaban? Annabel se incorporó lo que le permitía la restringida posición y echó un vistazo a su alrededor. La luz que traspasaba las cortinas le permitió ver un gran cuarto revestido de madera en mayor parte, con un baño adosado que estaba divido por un muro, pero sin ninguna puerta, una mesa de estudio, varios utensilios de pesca y aquella enorme cama en medio de la estancia. Una cama de dos por dos, con dos en la cama, aunque ella sospechaba que cabrían dos personas más por lo menos. Podría deleitaros con las proporciones de esa majestuosa obra maestra del descanso, pero sería inútil pasar por alto que la atención de Annabel ya no estaba en la cama si no en los brazos y el pecho de Parker. Él tenía un aspecto realmente apetecible sin camiseta, dormido y enseñando tatuajes. Seamos tópicas por una vez, la escena lo merecía. Y es que el camarero se las gastaba. Cada tatuaje que cubría su piel era una obra con algún significado que Annabel estaba dispuesta descifrar. Aunque en los brazos era donde se agolpaban la inmensa mayoría, a ella le llamó la atención uno a lo largo del costado de Parker. Era el dibujo de una marejada, olas embravecidas intentando engullir un pequeño barco pesquero. La tinta se movía al son de la respiración de él y parecía tan real que temió que en cualquier momento una tormenta descargara sobre la pequeña embarcación anclada a la carne.
Antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo, pasó un dedo por la ola que más se aproximaba a la cadera, haciendo que su amigo se estremeciera y dejara al descubierto una parte del tatuaje hasta entonces oculta, en la que rezaba con letra pequeña y condensada:
Siempre contigo.
¿A quién se referiría? No quiso pensarlo mucho, su mano estaba libre y debía aprovechar. La sacó de donde estaba y se incorporó, dándose cuenta que llevaba su ropa del día anterior todavía puesta y que ocupaba tres cuartas partes de aquella enorme cama. Bendito Parker, era demasiado amable a veces. Annabel imaginó que la trajo a su casa por no despertarla la noche anterior.
Se puso en pie para ir al baño. Jamás, en su vida, había hecho sus necesidades tan en silencio. Aquello de que no hubiera puerta no era nada práctico. Cuando terminó bajó hasta dar con la cocina y ahí improvisó algo de desayuno. Él la había cuidado mientras dormía y ahora ella se lo quería agradecer. Preparó zumo, fruta cortada en distintas formas, unas tortitas de cereales con caramelo y tostadas francesas.
-No hacía falta que te molestaras -balbucearon junto a su oído.
Una tostada salió volando y cayó al suelo. ¡Qué susto le había dado! Annabel se giró y se encontró a Parker, con camiseta, gracias a Dios.
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Las coleccionistas de romances
Romance¿Si te dieran la posibilidad de ahorrarte decisiones complicadas lo harías? Ellas aceptarán ese juego, que pondrá sobre la mesa todas sus malas decisiones.