24/2. Nosotros

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Dylan

Habíamos llegado a mi apartamento, justo a tiempo para cuando comenzó a caerse el cielo, la lluvia estaba demasiado fuerte y los truenos que caían hacían que el cielo se tornara de color gris. Ray todavía seguía dormido en mis brazos y Lena caminaba junto a mí con mi saco alrededor de su espalda. La habitación de Ray no era la más grande, pero estaba repleta de juguetes que hacían que la habitación pareciera mucho más pequeña.

Ray se removió un poco cuando lo coloque en la cama para taparlo con las cobijas

— ¿No le pondrás una pijama? — me preguntó Lena en voz baja para no despertar a Ray.

— Temo despertarlo — respondí de igual manera.

— No puede quedarse así — insistió.

— Bien, ¿te molestaría esperar afuera mientras lo hago?

— Sin problema.

Lena salió de la habitación, dejándome a cargo de mi hijo. Con mucho cuidado despoje a Ray de su ropa del día, no me gustaba la idea de despertar a Ray después de que ya había dormido.

Ray era un niño muy difícil de dormir, a menos que él se durmiera solo, pero la mayoría de las veces acostumbraba a quedarse despierto hasta casi cuatro horas. Por eso mismo no me gustaba despertarlo, prefería dejarlo dormir así, con ropa.

Cuando dejé a mi hijo profundamente dormido en su habitación, regresé con Lena. Pensándolo bien, ahora teníamos un problema, lo principal por lo que se supone está conmigo... no la llevé a casa. Y no podía dejar Ray solo, sería una completa falta de responsabilidad de mi parte.

Sin embargo, había prometido a Jerry llevar a Lena a su casa, pero al parecer ni él o Alina se habían dado cuenta que Lena no estaba en casa. Aún así, la lluvia podía ser una buena excusa para que ella se quedará, pero el tiempo no cuadraría. Jerry me mataría después de que se entere que su hermana no estaba en casa.

— ¿Todo bien? — me preguntó.

— Si, nena, todo bien — respondí.

Me senté junto a ella en el sofá, Lena me sonrió y después señaló hacia una de las estanterías que había en mi salón. En ella había dos fotos, una mas reciente que la otra.

— ¿Esos de ahí son Joel y tú? — preguntó señalando una de las fotos.

En ella estábamos, en efecto, mi hermano y yo estábamos en esa foto vestidos con traje de beisbol, cuando vivíamos en Canadá y éramos un par de niños.

— Nos vemos bien ¿no? — sonreí.

Ella asintió, pero solo se acercó más a mí en lugar de hablar. Giré por completo para mirarla hasta quedar ambos frente a frente.

— Creo que mi hermano me matará — dijo en voz baja.

— Primero lo hará conmigo — respondí de la misma manera.

— Y será peor cuando se entere que yo no quería llegar a casa hoy — se acercó un poco más.

— ¿No lo haces? — pregunté.

— Quiero quedarme contigo, Dylan — respondió a una distancia tentadora.

No mentiría, sus labios me gritaban por atención, su respiración y la mía trabajaban a la par, de alguna manera algo dentro de mi corazón se comunicaba con el de Lena, provocando que en algún instante ambos estuviéramos a centímetros de tocar nuestros labios.

— Quiero que lo hagas — murmuró.

— ¿Qué quieres que haga?

— Solo... — la escuché tragar saliva — Solo bésame — pidió. Y como me desvivo por complacerla, yo obedezco.

Puedo reparar tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora