11. No dejes de confiar

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No sé cuánto tiempo pasó y tampoco en que instante sucedió. Solo sé que me levante por un fuerte dolor de cabeza que hacía que me sintiera a punto de explotar, hubiera explotado a gritos sino hubiera sido por la persona que vi entrando por la puerta en ese instante que me levante de la cama.

— Que bueno que despiertas — Dylan apareció con una sonrisa que parecía de alivio, traía consigo una bandeja que soltaba humo y colgaba una toalla color blanco en ella.

— ¿Qué hace aquí? — pregunté intentando enfocar bien mi vista a mi alrededor.

— Te traje algo para el dolor de cabeza — dejó lo que traía en las mano junto a la mesita de noche color gris... ¿gris?

En ese instante caí en cuenta de que esta no era mi casa, que no era mi habitación y por lo tanto tampoco había estado arropada en mi cama, era de él.

— ¿En dónde estoy? — pregunté alarmada mirando a todos lados esperando que fuera un sueño.

— Tranquila, no te alteres — se sentó junto a mí y por reflejo me hice a un lado — Estas en mi apartamento.

— ¿Por qué estoy aquí? — el dolor de cabeza no me permitía recordar que demonios había sucedido, lo sentía cada vez peor y no me estaba ayudando en nada saber que estaba en su casa — Yo... no... no debería...

— Lena, intenta calmarte y ponerme atención ¿de acuerdo? — pidió mientras intentaba mirarme a los ojos para tranquilizarme — ¿Qué recuerdas?

— Eh... amm...yo... — intenté regular mi respiración — Danny me tomó del brazo y quería... no sé qué quería, pero... usted... llego.

— Él se fue, pero tú te desmayaste por la presión — terminó de explicar — Te traje a mi apartamento porque no sé dónde es tu casa, se la dirección de la antigua, pero te mudaste y no supe donde llevarte. Te recosté para que descansaras y te traje una pastilla para el dolor de cabeza y unas toallas calientes por si te sentías con fiebre.

— Necesito irme — dije rápidamente una vez me tranquilicé.

Hice ademán de levantarme de la gran y espaciosa cama, pero Dylan puso una manos en mi hombro impidiéndome hacerlo.

— Creo que es mejor que descanses, si te levantas podrías desmayarte — lo miré con el ceño fruncido.

— ¿Descansar? — cuestioné y solté un bufido — Necesito irme a casa, no puedo estar aquí, no debo estar aquí.

— Yo te llevaré más tarde, lo prometo — volvió a impedir que me levantara — Pero por favor deja de ser tan necia y recuéstate.

Gruñí y me desplome en la cama, de alguna manera tenía razón, no podría caminar más de media cuadra con este maldito dolor de cabeza.

Dylan me dio el vaso con agua y la pastilla, lo miré indecisa, pero él insistió hasta que tomé la dichosa medicina.

— ¿Te duele algo más? — preguntó un tanto preocupado.

— Estoy bien — respondí indiferente.

— Esto... está caliente así que... — acercó la toalla hacia mi frente en donde la coloco delicadamente haciendo que sorprendentemente el calor aliviara un poco mi dolencia.

Hubo un silencio incomodo de varios minutos, yo permanecía quieta y poco a poco me fui tranquilizando y relajando mientras disfrutaba de ese calor que impregnaba mi piel desde la cabeza hasta las puntas de los pies. Cerré los ojos y por un instante olvidé que estaba sobre una zona prohibida, en la cama de Dylan Wilghtmore.

— ¿Él fue verdad? — preguntó acabando con el silencio.

— ¿Cómo dices? — abrí los ojos confundida por su pregunta.

Puedo reparar tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora