Capítulo 30

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Una tarde dentro de mi habitación hacía y ponía a volar aviones de papel de variados colores, era una de las maneras en que lograba distraer a la pequeña Antonella, ella movía sus diminutas manos con felicidad y observaba cómo caían al suelo; su estruendosa risa alegraba a todos logrando sacar sonrisas de ternura.

A la pequeña hija de Millet le dimos la bienvenida a este mundo hace un par de meses y,—como era imposible negarme—, acepte ser su niñera mientras su madre trabajaba. Era un trabajo sencillo al principio, sacarla a pasear y hacerla reír hasta dormirse, eran mis días como niñera, hasta que fue creciendo un poco más; tenía que buscar nuevas estrategias para hacer que se distrajera y se pudiera distraer mientras sus padres acababan su trabajo del día a día. Y al terminar de cuidarla iba al que próximamente sería mi restaurante para culminar con los detalles restantes.

Tomé en brazos a la pequeña y la llevé hacia su cuna para su siesta de la tarde, la cubrí con su manta color violeta estampada con margaritas, la cual fue uno de los tantos regalos que Thomas y yo compramos para ella. Salí de la habitación con mucho cuidado y con el mismo cuidado cerré la puerta tras de mí.

Hoy haría algo nuevo junto con Ethan, le propuse renovar la rocola, no era mucho el trabajo, sin embargo, sabía que él sí era un gran fan del arte y me ayudaría sin dudarlo.

Tomé mi mochila y me fui a trabajar. Sídney, quien se hallaba tejiendo unos gorros en su sala de costura, se quedaría con su nieta el resto del tiempo antes de que llegarán su hija y su yerno, así que no tendría nada por lo cual preocuparme.

Mientras caminaba al trabajo me pasé por mis antiguos trabajos a saludar. Primeramente, la heladería, luego el club donde sé que se hallaba Peter, entre al lugar hasta su oficina luego de poder saludar a Apolo, quien arreglaba unas cosas antes de irse.

—Hey—Saludé dándole dos toques a su puerta y al verme me hizo una seña para que pasara.

—¿Qué tal? ¿Qué te trae por acá?—Preguntó sin alzar su vista.

—Pues,—Tomé una silla y me senté—Creo que debes saber. ¿Lograste conseguir lo que te pedí?

—Ah, no.

—¿En serio?

—Ya lo sabes.

—Estoy por darme por vencida.

—Sé que es difícil conseguir ese tipo de donas aquí—Se inclinó en su silla estirando sus brazos—Pero, es lo que hay.

—Ya está hecho. Me daré por vencida.

—Hasta que por fin lo comprendes. ¿Quieres esas donas? Vuelve a New York—Se levantó de su silla—¿Vas a trabajar?

Fruncí mi nariz al oírlo, él tomó unas carpetas y apagó la luz de su escritorio.

—Pues vamos, te acompaño, quiero un café antes de volver al hotel.

Salimos del club en dirección a una cafetería por dos cafés y unos muffins, para dirigirnos al restaurante.

—Thomas ha estado hablando de ti más de lo usual—Habló mientras le agregaba azúcar a mi café.

—¿Sí?

—No te hagas la dura. Sabes que lo extrañas.

—Yo no he dicho eso—dije mostrando mi orgullo.

—Puff,—Le dio un sorbo a su café—Pronto volverá y lo sabes muy bien.

Suspire y deseche en la basura el sobre del azúcar, dirigí mi mirada hacia la suya.

—Aja—Comencé a caminar, mientras él, por su lado, me siguió el paso.

Una chef novataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora