ESPECIAL #2.

319 38 12
                                    

Ya han pasado ocho años desde que empecé a decirle las cuarenta y seis razones por las que lo amo a mi marido, hoy nuevamente era un 16 de julio. A decir verdad, nuestra vida era muy feliz. El embarazo y trabajo de parto de Agatha salió muy bien, y ella finalmente sí adoptó a la pequeña Tohru.

Pequeña digo, y tiene trece años ya. 

Ella, pese a ya ser toda una mujercita pre-adolescente, cuida de Riku, quien está por cumplir nueve años ya. El pequeño adoptó casi calcado el carácter y los modos de mi esposo.

Teníamos una vida bastante feliz, con altibajos y problemas como cualquier otra persona existente en la faz de la tierra, sí. Pero, luego de haber asistido a terapia las cosas nos quedaron bastante claras a ambos, podíamos sobrellevar cualquier dificultad que se nos anteponga si lo hacemos juntos, como familia.

Me satisface pensar que estamos envejeciendo dejando un legado a nuestros hijos, e incluso a las personas que conocemos por nuestra, sin ánimo de presumir, extraordinaria resiliencia. Digo sin ánimos de presumir puesto que es un adjetivo que nos ganamos después de miles de fallos, caídas, frustraciones y demás. Gracias a nuestras buenas desiciones y perseverancia constante, ahora podemos decir firmemente que llegamos a ser felices.

Tal como se había acordado, Agatha y Yuzuha tienen compartida la custodia de nuestros tres niños, Tohru, Haruto y Riku. 

Haruto era el pequeño que nació de la fertilización del óvulo de manera artificial, ya tenía ocho años. Era genial que Riku y Haruto tuvieran casi las mismas edades, porque pese a que había constantes peleas, también pasaban alegrías y tardes enteras de juego juntos. 

Inupi y yo el año pasado nos habíamos casado legalmente, un diez de octubre, claro está. El matrimonio homosexual fue aprobado por fin, después de tantos peros y tantas trabas que ponían al simple hecho de que dos personas se quieran amar y compartir sus vidas.

Después de recapitular y contextualizar sobre qué ha sido de nuestras vidas los últimos ocho años, puedo empezar con la narrativa actual. 

Inupi y yo nos encontrábamos en nuestra habitación. Teníamos una casa grande con cuatro habitaciones, una por cada niño y, obviamente, también estaba la nuestra, que era un poco más amplia que las demás.

Mi marido y yo estábamos recostados en la cama, esperando a que Yuzuha traiga a nuestros niños. Ahora tomábamos vacaciones, y justamente estábamos en una de ellas. Celebramos con descansos cada 16 de julio, los cumpleaños de nuestros hijos y, por supuesto, cada diez de octubre.

Recordamos felices las cuarenta y seis razones por las que lo amo, olvidé mencionar que Inupi también me dijo justamente cuarenta y seis razones por las que me ama.

Inupi estaba recostado sobre mi pecho, leyendo un libro, como siempre. Se llamaba visión cromática. Ya lo habíamos leído juntos, pero Seishu quiso leerlo por tercera vez. Acaricié con suavidad su sedoso cabello rubio, mientras que él se acurrucaba entre las frazadas. 

Estaba a punto de quedarme dormido cuando escuché que nuestros pequeños habían llegado.

―¡Padres! ¡Llegamos! ―nos avisó un enérgico Haruto subiendo escaleras arriba, corriendo, tal como le indicamos que no hiciera.

Se escucharon unos pasos más que deduje que serían de Yuzuha, Tohru y Riku. Algo me extrañó en ello, porque se escuchaban más pasos. Aparentemente Inupi también lo notó, por lo que dejó su libro a un lado y se reincorporó para mirarme, con un rostro confundido y expectante por respuestas, a lo que yo me encogí de hombros indicando que yo no sabía ni había planeado nada, solo quería descansar con mi esposo y mis niños ese día... ¿quién habría venido y por qué?

Las 46 razones por las que te amo. | Kokonupi, TokRev.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora