Capítulo 1

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El cansancio debajo de mis ojos era una clara señal de que había tenido una semana agitada y cargada de trabajo, y aunque a la gente normal eso les hubiera molestado, a mí me hizo sonreír con orgullo, porque eso me había dado la oportunidad de dejar atrás el peor trato laboral que había aceptado en mi vida, y embarcarme en otro lleno de prestigio y, bueno, dinero horado.

Ni yo me lo podía creer todavía, la remodelación de la casa de campo de la diva número uno de la televisión, Victoria Reis, había quedado increíble, y sabía que ese había sido mi boleto al estrellato en el mundo del interiorismo, lo que me garantizaba la oportunidad de asociarme con el estudio de arquitectura Lovera-Ramsey. Después de mucho esfuerzo, al fin mi trabajo como diseñadora de interiores empezaba a darme algo de rédito, y eso quería decir que de ahora en más no iba a tener que seguir durmiendo con hombres por dinero.

—Todavía no entiendo por qué no podemos continuar —insistió Enrique por enésima vez esa mañana mientras me veía juntar las cosas que había ido trayendo a su piso en los casi dos años que llevábamos con nuestra "relación".

Su tono era amable y hasta cariñoso, y no pude evitar sentir un poco de culpa al ver su mirada triste.

Yo sabía que no éramos novios y que nuestro acuerdo estaba claro: él me pagaba por mes una cantidad de dinero suficiente para cubrir los gastos de mi negocio de decoración, yo le dejaba usar mi cuerpo para que pudiera cumplir sus fantasías sexuales.

—Lo siento Quique, pero no puedo seguir con esto si voy a empezar a ir a la oficina todos los días —expliqué intentando ocultar el hecho de que no tener que volver a verlo me llenaba de alegría.

Antes de irme, entré al cuarto de baño y comencé a maquillarme, porque iba a ir directo a la oficina y no podía llegar luciendo como una amateur. Quique se apoyó sobre el marco de la puerta, observándome mientras se sonreía de lado.

—Sos preciosa sin todo esa cosa —murmuró y yo me sonreí, reprimiendo una risita irónica, pues parte de su fantasía era ir a cara lavada y usar pijamas infantiles para dormir.

Cuando un poco más tarde salí por la puerta de la planta baja del Alvear Tower de Puerto Madero, saludé a la recepcionista con una sonrisa deslumbrante, sabiendo que nunca más iba a tener que volver a soportar su mirada prejuiciosa escondida detrás de fingida amabilidad.

"Perra", murmuré a modo de despedida cuando estuve en la vereda. "Dos años soportando su sonrisa condescendiente... pero ya no más".

Esa mañana de camino a la oficina compré una botella del vino más caro que encontré y una docena de facturas. Cuando entré le di las facturas a Marcela, la secretaria, y no pude evitar esconder mi sonrisa de "ya soy parte del equipo". Me tomé mi tiempo hablando con ella sobre cómo había sido trabajar con Victoria Reis, y después, cuando Fernando finalmente se desocupó, me metí en su oficina y cerré la puerta con traba.

—Felicitaciones, Victoria llamó esta mañana, está encantada con tu trabajo —saludó con una sonrisa.

—Gracias —respondí de forma sugerente mientras sacaba el vino de mi bolso y lo dejaba en su escritorio.

—¿Y eso? —dijo sorprendido.

—Tu regalo, aunque... en realidad tengo otras cosas en mente para demostrarte mi gratitud por esta oportunidad —dije sintiéndome una leona mientras lo acorralaba en su silla y deslizaba mis manos por su muslo hasta su entrepierna.

Fernando se sonrió con regocijo, como solía hacer cuando se daba cuenta cuáles eran mis intenciones. Pero justo cuando estaba bajándole el cierre de su bragueta, me frenó.

—Mel, linda, no, Marcela y David están en la oficina, es... arriesgado —me frenó volviendo a abrocharse el cinturón y haciéndome poner de pie.

—Bueno, entonces esta noche —insistí con tono juguetón.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora