Capítulo 27

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Hacía una semana estaba emprendiendo el viaje fuera de mi zona de confort, manejando por primera vez fuera de la provincia, yendo al encuentro de Valentino, sin saber exactamente que me esperaba. Me desperecé entre las sábanas sintiendo cierto tipo de satisfacción, porque una semana después, acá estaba, despidiéndome de la cama del hotel, lista para ir a quedarme en su casa.

«Su casa... la casa de sus sueños, esa en la que él anhela pasar el resto de sus días», me recordé, aunque la realidad era que no podía dejar de pensar en eso. Y es que, en cierto modo, mi mente había tomado una decisión por mí sin que yo me diera cuenta.

Esa mañana, por algún motivo, el hecho de haber tomado la decisión más importante de mi vida, se había sentido como si la mente se me hubiera despejado y ahora pudiera ver con claridad mi futuro. Y eso era, probablemente, lo último con lo que esperaba encontrarme cuando dejé Buenos Aires, una semana atrás.

Salí al balcón y miré el paisaje por última vez. El río moviéndose lentamente, el césped de un verde furioso, la pileta, la pérgola y las hamacas paraguayas... esas en la que hacía unos días me había sentado y había hablado con Cami sobre la incertidumbre de mis planes... de mi vida.

Suspiré y me despedí de la Mel del pasado.

Entré a la habitación y noté que Valentino había salido de la ducha.

—¿Y va a estar toda tu familia ahí? —pregunté horrorizada mientras me sonreía al verlo envuelto sólo en una toalla.

Lo miré de costado y una sonrisa perversa se me dibujó en la cara sin siquiera pensarlo. Él me devolvió la sonrisa e hizo el ademán de sacarse la toalla, pero yo cerré los ojos y lo frené.

—¡No me distraigas! Te estoy hablando en serio...

Valentino se rio y cuando miré por el rabillo del ojo, ya se había puesto el bóxer.

—Mi familia no muerde... son intensos y gritones, pero no muerden. Bueno, no puedo asegurar nada de Iván, pero el resto estoy seguro que son bastante inofensivos y tienen todas las vacunas —bromeó—. También van a estar los chicos, así que no tenés nada de qué preocuparte. Nadie aparte de mí te va a registrar... como aquella noche en el evento —arremetió.

Le tiré el almohadón que tenía más cerca, pero sus reflejos fueron más rápidos y agarró mi proyectil antes que lo golpeara.

Después que terminamos de desayunar subimos a buscar las cosas a la habitación para ya dejar el hotel de una buena vez.

—Nosotras no pagamos nada —le aseguró Cami al conserje cuando estábamos haciendo el check-out y éste nos dijo que ya estaba todo pagado.

—No, es que el señor Brenna ya pagó todo —explicó.

Salí disparada hacia afuera como bala de cañón. Valentino estaba terminando de subir las cosas a la camioneta y al ver mi cara contorsionada por la ira, sonrió con culpa.

—Yo puedo pagarme el hotel, gracias. Puede que no tenga millones en el banco, pero no soy una muerta de hambre —dije sonando un poco más agresiva de lo que me hubiera gustado.

Él me miró un poco confundido y después sonrió levemente.

—No quería ofenderte —dijo en tono conciliador, porque sabía que me había saltado la térmica—. Pero Mel, se suponía que ustedes eran mis invitadas y mi vieja me mata si se entera que, encima que las hice quedarse en un hotel, les hago pagárselo. Además, yo también dormí en el hotel, lo que me deja en la obligación de contribuir.

—Bueno, pero entonces te pago la mitad —exigí.

—Me compraste una heladera Melanie, ¿me podés dejar que al menos les pague el hotel?

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora