Capítulo 17

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Cuando ya eran casi las doce y media del mediodía, y mi estómago no daba más de hambre, mágicamente apareció Nico avisando que había traído el almuerzo, y, como si hubiera sabido que Belén la había estado reclamando, junto con Nico, aparecieron Brenda, que resultó ser la novia de Nico y también la hermana de Germán, y Antonella, la otra hermana de Valentino.

Si bien sentí ciertos nervios por conocer a Antonella, la que más tuvo que intentar calmarse fue Camila, que no había dejado de intentar preguntarle disimuladamente a Valentino dónde se encontraba su hermana y si la íbamos a conocer.

Su hermana había arrancado su carrera en el mundo literario haciendo reseñas de libros en YouTube y su popularidad fue escalando luego que su novela de fantasía hubiera pasado de ser una de las más leídas en Wattpad a ser un éxito de ventas luego que firmara contrato con el Grupo Planeta. Luego saltó a la fama cuando su novela finalmente fue llevada a la pantalla chica gracias a Netflix.

Camila, como tantos otros talentos que tenía, en su época de facultad había tenido una breve incursión en el mundo literario haciendo reseñas en YouTube, así como Antonella, pero luego había decidido abandonar todo cuando sus padres le dijeron que era poco profesional que una futura arquitecta hiciera ese tipo de cosas. Y así fue como de la misma forma que habían frustrado sus ganas de dedicarse a la música o a la danza, también le sacaron sus ganas de ser escritora. Antonella Brenna era el sueño viviente de lo que Camila siempre había querido para su vida, y conocerla en persona, hizo que estuviera a punto de darle un colapso nervioso.

Yo no tenía ídolos cuya vida admirara o quisiera para mí, pero imagino que me hubiera sentido un poco como Cami si las hubiese tenido en frente a Shania Twain, Meryl Streep o Emma Thompson; o bueno, vamos, puede que también a Taylor Swift.

Así que, por primera vez en la vida, fui yo la que tuve que ser la guía del buen comportamiento para que Camila dejara de fangirlear y dejara de atosigar a Antonella con preguntas sobre sus próximos proyectos y de cómo había sido llevar a la pantalla la adaptación de su novela de fantasía.

—Te juro que ella por lo general sabe comportarse como un ser humano normal, pero nunca le había pasado de conocer a ninguno de sus ídolos —me disculpé por Cami, porque mi amiga, aunque se ponía colorada de la vergüenza, parecía haber dejado atrás todo rastro de cordura.

—Bueno, a decir verdad, es hasta reconfortante sacarle un poco el protagonismo a mí hermano de vez en cuando —bromó Antonella—. Pero lo entiendo, a la gente le llama más el deporte que los libros.

—Bueno, a mí no, creo que los libros son puertas a otros mundos, a la creatividad... y de la creatividad a veces salen las soluciones a muchos problemas —insistió Cami cual chupamedias del profesor—. El deporte muchas veces es sólo entretenimiento para las masas.

—¡Gracias! —le gritó Valentino desde la cocina al escuchar su comentario.

Ese día el menú del mediodía fueron unas milanesas con puré que había comprado Nico en una rotisería y, aunque en un principio me pareció que lo que había comprado era una exageración, luego me di cuenta que había subestimado cuánto podían llegar a comer Valentino, Mariano, Nicolás y Brenda, que comió a la par de los chicos. De postre me di una buena panzada de sandía y para cuando terminamos de comer, yo me sentía muy llena, tanto de comida como de un algo especial que no sabía bien qué era pero que estaba segura que tenía que ver con lo que estaba viviendo en esa mesa, que, aunque no era nada de otro mundo, sabía un poco a cuento de hadas.

Observarlo a Valentino conversar con sus amigos, me daba cuenta que no mentía cuando él decía que era un tipo transparente, y tampoco era de los que cambiaba de personalidad dependiendo con quién estuviera. Así como se había mostrado conmigo aquella noche en Aguacero, también lo era ahora con sus amigos de toda la vida. No se preocupaba por deslumbrar cuando se cruzaba a un simple mortal como yo, y tampoco forzaba la conversación para hablar de temas que lo hicieran quedar bien, no se preocupaba por ser un señor inglés y aunque hablaban de cosas que tal vez Cami y yo no entendíamos, tenía la delicadeza de ponernos al tanto de los chistes internos del grupo para que no nos quedáramos relegadas en la conversación. De hecho, todos lo hacían.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora