Capítulo 16

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A pesar de ir a velocidad de tortuga, recorrimos el pueblo en su totalidad en el trascurso de dos horas, y como última parada, Valentino nos llevó la casa de unos amigos de él, y que no vivían tan lejos de la casa de sus padres.

Valentino aparcó en la entrada del garaje de la casa justo al final de una calle, donde había estacionado una SUV con el baúl abierto y lleno de cosas. Frente a la casa, un camino de baldosas grises llevaba directamente a la puerta principal. La casa parecía nueva, y a juzgar por la suciedad y escombros que había por el jardín delantero, se notaba que había estado en obra hasta hacía poco, lo que me generó cierta nostalgia, dado que mi último trabajo había sido en la estancia de Victoria Reis.

Bajamos de la camioneta y caminamos por el costado de la casa hasta el fondo donde, tras pasar por la puerta de cerco de madera, entramos en la galería de atrás.

—¡Justo a tiempo para ayudarme! —saludó alegremente un chico grandote y musculoso que estaba subido a una escalera, intentado instalar un ventilador en el medio de la pérgola.

—No vine para que me hagas laburar —se quejó Valentino.

—Ah, no, acá si no venís a laburar, ni aparezcas —dijo el chico mientras bajaba de la escalera.

Valentino saludó a su amigo con un abrazo bien a lo macho, y después hizo las presentaciones formales. Mariano tenía el cabello castaño, perfectamente peinado hacia atrás y era igual de alto que Valentino, pero mucho más corpulento, y como no estaba usando remera, dejaba al descubierto su cuerpo escultural que parecía tallado a mano. Yo no solía intimidarme por los músculos de un hombre, de hecho, no me gustaban los hombres que parecían inflados, pero este chico era una verdadera joya y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no ruborizarme cuando se acercó a saludarme con dos besos.

—¡Belu, vino Valen con sus amigas! —gritó Nano mientras entrábamos a la casa.

«Sus amigas», pensé con gracia.

Adentro la casa era un caos: había cosas desparramadas por aquí y por allá, algunos muebles estaban cubiertos con embalajes de mudanza, y había cajas con etiquetas por todo el living.

Belén se acercó a saludarnos ni bien oyó el grito de su novio. La chica era alta, delgada y de cabello oscuro, que llevaba recogido en un rodete algo desarmado. Estaba vestida con un short, una remera atada en la cintura con un nudo, y lucía bastante sexy a pesar de completar su look con unos guantes de goma amarillos y ojotas rojas.

—La próxima, juro que voy a contratar a alguien para que limpie —fue lo primero que dijo—. Yo no nací para limpiar las salpicaduras de pintura. Hola, chicas, bienvenidas al caos, soy Belu, un gusto. No las saludo porque estoy toda transpirada, soy un asco —agregó mientras intentaba secarse con el brazo la transpiración de la frente—. ¡Dios mío, este calor! Qué ganas de estar tirada en la playa. Chicas, ustedes me imagino que se están muriendo de calor ¿no? ¿es la primera vez que vienen para Misiones?

Belén habló rápido sin siquiera detenerse para esperar una respuesta y, a pesar de las quejas, su tono era alegre, tenía una sonrisa radiante y un brillo especial en los ojos.

Yo conocía bien ese brillo, porque eso era lo que buscaba ver en la mirada de mis clientes cuando terminaba un trabajo de remodelación... esa mirada de ilusión por el cambio realizado, y la sonrisa de satisfacción por un trabajo bien hecho.

En pocos minutos, la amiga de Valentino nos contó a Cami y a mí, que ella y su novio acababan de mudarse de Comodoro Rivadavia, justo cuando explotó la pandemia. Gracias a eso, se vieron obligados a convivir con sus suegros hasta que pudieron comenzar la construcción de su propia casa. Ahora que la habían terminado, casi dos años después, estaban desesperados por finalmente mudarse y disfrutar de algo de privacidad.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora