Capítulo 11

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Eran las seis de la mañana del sábado cuatro de diciembre cuando pasamos con la camioneta de mi madre por el puente de Zárate-Brazo Largo sobre el río Paraná rumbo a Sarambí. Un hecho simple, corriente e irrelevante para muchos, para mí y para Cami era un acontecimiento merecedor de ser puesto en los libros de historia.

Sentía que el pecho se me inflaba de emoción y excitación al ver cómo salía el sol por el horizonte frente a la ruta. No podía parar de sonreír y, aunque estaba feliz, no pude evitar también derramar algunas lágrimas, porque el recuerdo de la última vez que había hecho algo así se colaba en mi mente sin invitación.

Ese recuerdo tan agridulce en el que no me permitía pensar porque hacía que la ausencia de mi madre me doliera en lo más profundo, era el recuerdo de la última vez que me había ido de vacaciones con ella. En realidad, era la última vez que me había ido de vacaciones. Punto.

Era diciembre y la ruta nacional n°9 estaba tranquila porque las vacaciones no habían comenzado todavía. Como los últimos tres años, a modo de regalo de mi regalo de cumpleaños, mi mamá había planeado un pequeño viaje para las dos. Ese viaje a Córdoba era uno de los mejores recuerdos que tenía de ella: disfrutamos de unos días hermosos en las sierras, recorrimos los arroyos, sacamos fotos, cabalgamos y comimos muchas cosas ricas. Para el día de mi cumpleaños, mi mamá había planificado un día entero de cabalgatas porque sabía que yo amaba compartir con ella esos momentos, y en la ciudad casi nunca se nos daba, a pesar que los caballos eran su vida.

—Villa General Belgrano es hermoso —me había asegurado mi mamá mientras manejaba, tamborileaba los dedos sobre el volante y sus ojos brillaban de alegría.

—Y el año que viene ¡Disney! —agregué muerta de la emoción.

—Nos vamos a divertir un montón, y yo sé que Florida te va a encantar tanto como me gustó a mí —dijo con una sonrisa radiante en la cara que hasta el día de hoy llevaba grabada a fuego en mi memoria.

Ese viaje, sin embargo, nunca se llegó a dar, porque poco después de volver de Córdoba, mi abuela falleció súbitamente de un infarto, y unos meses después, mi madre empezó a hacerse los estudios que determinaron el porqué de su falta de aire. Desde entonces fue prácticamente imposible que hiciéramos un viaje de ese tipo, o de cualquier tipo... Y así, junto con su vida, mis ganas de viajar se fueron desvaneciendo.

Desde entonces, ese viaje a Villa General Belgrano había estado siempre teñido de cierta nostalgia, de alegría, pero también dolor, porque fue el último viaje que pudimos hacer juntas, antes que ella se enfermara... antes que todo se fuera a la mierda.

Y aunque después que falleció mi mamá volví a encontrar las ganas de viajar y ver el mundo, por algún motivo siempre me saboteaba, y me quedaba encerrada en la comodidad de mi departamento que, de a poco, se fue convirtiendo en el upside down. Luego, Emanuel había encontrado la forma de sacarme un poco de nuevo al mundo, e incluso habíamos planificado un viaje juntos, pero eso también había terminado mal.

Tal vez, incluso peor.

Con la mano en el volante de la camioneta, miré el pequeño tatuaje plasmado en mi antebrazo y sonreí dejando de lado todo tipo de tristeza. Había esperado mucho tiempo para volver a salir al mundo... demasiado.

Miré a Cami, que estaba sentada a mi lado, y me di cuenta que no habría podido pedir mejor compañía para hacer este viaje.

—Cami ¿sabés qué día es hoy? —pregunté de pronto con una sonrisa de oreja a oreja.

—Cuatro de diciembre —respondió sin dudar mientras cebaba un mate.

—Hoy se cumplen trece años del viaje que hice a Córdoba con mi mamá —comenté.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora