Capítulo 32

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Abrí apenas los ojos y me tapé la cabeza con la sábana porque la claridad me impedía abrirlos por completo. Me quejé un poco y me desperecé. Cuando me destapé, noté la habitación rebosante de luz, y, sentado a mi lado, un Valentino sonriéndome rebosante de alegría.

—Feliz cumpleaños —su voz melosa hizo que me sonrojara.

Me sonreí y luego me tapé de nuevo con la sábana porque se acercó haciendo el ademán de besarme.

—No, guácala, primero déjame ir al baño.

Él se rio.

—Bueno, andá al baño que yo te espero abajo —avisó mientras se levantaba del colchón.

—No, quédate —me quejé mientras me destapaba por completo, dejando mi cuerpo desnudo sobre el colchón.

Valentino me miró divertido y se mordió el labio, hambriento.

—Es que quiero darte tu regalo primero.

Ahora me incorporé en la cama e hice puchero.

—Te dije que no quería regalos, ya me pagaste la estadía en el hotel.

Él se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.

—Es que para ese entonces ya había encargado tu regalo —explicó.

—Bueno, devolvelo, no lo quiero —dije cual nena caprichosa, y él se rio.

—En realidad, me lo prestaron, y sólo por tiempo limitado, mañana lo tengo que devolver, así que, si yo fuera vos, me apuraría a bajar —soltó, luego salió de la habitación y me dejó ahí, pensando, con la intriga comiéndome el cerebro.

Y como soy orgullosa, pero también muy curiosa, fui al baño, me puse el bikini y el kimono de playa, y bajé. Cuando llegué al hall ya podía sentir el olorcito a café y a tostadas recién hechas que venían de la cocina. Cuando entré por la puerta, lo vi: con un ridículo moño grande rojo pegado en el pecho estaba Francisco.

Pegué un salto y corrí a abrazarlo, y cuando me envolvió en sus brazos, comencé a llorar. Me reí mientras él se reía con Valentino de mí, de lo caprichosa que había sido y que cómo había despreciado su regalo.

—¿Cómo? ¿qué hacés acá? —pregunté pegándole por el brazo, indignada porque no me hubiera dicho nada.

—Tu novio se puso en contacto conmigo y me pagó el avión para que viniera a darte una sorpresa —explicó Francisco—. Un regalo generoso, no sé si yo valía tanto la pena.

—Sí, valía la pena —balbuceé mientras me secaba las lágrimas.

—Parece buen candidato, yo que vos no lo suelto —agregó por lo bajo.

Yo lo miré a Valentino y vi que se había ruborizado. Entonces Fran susurró a mi oído.

—Además está para comérselo.

Yo me sonreí y sentí que también me ruborizaba, porque no estaba acostumbrada a creerme la etiqueta que todos ya le habían puesto a mi relación con Valentino.

—No es mi novio —murmuré.

Francisco soltó una carcajada cargada de ironía.

—Ay, mi amor, tan linda ella... si tan sólo no vivieras en una burbuja —se burló.

Lo miré confundida y noté que Valentino se sonrió, divertido.

—¿Qué? —pregunté contrariada.

Valentino se encogió de hombros, haciéndose el desentendido, pero reprimió otra sonrisa cargada de picardía.

—¿Qué? ¿qué pasa? —insistí.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora