Capítulo 18

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A decir verdad, no ayudaba mucho que la casa de Belén estuviera tan cerca del hotel, porque ni bien me levantaba, ya estaba pensando en ir para su casa, sólo para tener algo que hacer. Y en la casa de Belén todavía quedaban muchas cosas por hacer. Tampoco ayudaba mucho el hecho de que Brenda hubiera depositado en mi toda su confianza para tomar su relevo en la casa, dado que ella estaba saturada de cosas con el casamiento.

Así que la mañana del lunes, como mi nula capacidad para tomarme unas vacaciones como la gente me impedía tirarme a descansar en la pileta del hotel, le escribí a Valentino diciéndole que nos íbamos a la casa de Belén, y agarré mi mate, mi mochila y mi Cami, y me fui para el número 11 de la calle Los Lapachos.

Durante una hora estuvimos tomando decisiones importantes respecto a dónde instalar el televisor, el sillón y algunos muebles más, y cuando nos íbamos a tomar un descanso, llegó Valentino con una caja de Mercado Libre que recién había dejado el cartero, y que contenía unos apliques de luz que habían encargado hacía unos días. Como Nano todavía estaba ocupado con los muchachos del aire acondicionado, me tuve que sacrificar y ponerme a instalar los apliques.

—De verdad, tenés un problema —murmuró Cami mientras me veía subir a la escalera cargada con un destornillador y un buscapolo.

—Sí, coincido —agregó Belén—. Si querés Mel yo te pago el psicólogo... pero después que termines con mi casa, obvio.

Valentino apreció un rato más tarde, y mientras me asistía en mi trabajo, contribuyó con las chicas haciendo más gastadas, todas dirigidas a mí.

—Yo daría lo que fuera por estar de vacaciones sin tener que hacer nada, y vos en tus vacaciones no podés quedarte quieta —apuntó.

—Nadie te obliga que me ayudes —me quejé.

—No, me refiero a que, yo, aunque esté de vacaciones, estoy de pretemporada y tengo que entrenar —aclaró—. Y no me molesta ayudarte, de hecho, quiero aprender a hacer estas cosas.

Como siempre que estaba ocupada haciendo cosas que me gustaban, el tiempo pasó volando, y cuando llegamos a la casa de Valentino para almorzar con su familia, me sentía alegre y muy satisfecha, aunque sentía que no había hecho grandes cosas.

Los almuerzos en la casa de los Brenna solían ser a las doce, y ni un minuto más tarde porque Valentino a las dos de la tarde tenía que estar de regreso en el gimnasio para su entrenamiento vespertino. Susana, la señora que limpiaba en la casa también era la encargada de cocinar y seguía al pie de la letra el menú semanal que le mandaba su nutricionista a Valentino y con lo que ligaba de arriba el resto de la familia.

—Estoy segura que el almuerzo de ayer no estaba contemplado en el menú —bromeó Antonella.

—No, y las cervezas del sábado tampoco... no me molestes —respondió él, y aunque intentaba parecer relajado, noté que bajaba la mirada a su plato y bufaba, claramente molesto.

Después, cuando ya habíamos terminado de comer y estábamos sentados en el living, le pregunté al respecto y me dijo que el régimen que seguía no era tan estricto pero que le molestaba que fuera algo en lo que tenía que pensar en el día a día.

—Sé que debería haberme acostumbrado ya, pero me molesta no poder comer tranquilo una milanesa con puré porque sé que no es lo me dijeron que tenía que comer... es asfixiante que me planifiquen así la vida —comentó, abatido—. Es decir, no es el fin del mundo salirse del menú, lo que me molesta es... —bufó de nuevo—, me molesta no tener control sobre muchas cosas... Y eso que Nico me hace las cosas más fáciles y es mi cómplice en todo, pero, de todas formas... no sé, me cansa.

Su comentario sobre la comida me recordó mucho a las discusiones que solía tener con mi abuela sobre por qué no tenía que tomar tanto vino y comer tanto salame, y aunque sus limitaciones llegaban sólo hasta la comida, no es que las siguiera a rajatabla tampoco, pero como la comida era su mundo, recordaba vívidamente la frustración que sentía ella cuando decía que no la dejaban vivir libremente.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora