Capítulo 12

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Cuando lo vi sentí un pequeño cosquilleo en la panza. Ahí estaba él, con bermudas, musculosa y zapatillas. Parecía muy relajado apoyado contra el Jeep y, aunque era una celebridad del deporte mundial e ídolo nacional, la gente le pasaba por al lado como si formara parte del paisaje.

Paramos al costado de la calle de la entrada al pueblo, justo atrás de donde su Jeep estaba estacionado y yo estaba tan emocionada por finalmente haber llegado que intenté bajarme de la camioneta con el cinturón de seguridad todavía puesto.

Valentino me miró y puso esa sonrisa suya de Colgate que estaba empezando a causar estragos en mí, y yo, sintiéndome un poco incómoda, me acerqué a él mientras rodeaba la camioneta intentando disimular que por dentro estaba gritando como una condenada.

—Llegamos, contra todo pronóstico —le lancé tratando de sonar muy superada, cuando en realidad sentía que me temblaban las rodillas, no sabía si por el viaje o por verlo a él.

Él se sonrió todavía más, y sin decir más nada, tomó mi rostro entre sus manos y me comió la boca de un beso. Escuché que Cami soltó una risita, pero después no escuché más nada porque los oídos me empezaron a zumbar... y de pronto, el estrés que había sentido un rato antes por los camiones, la bronca por los clichés, la cursilería y toda esa mierda, todo quedó en el olvido.

Valentino me besó con ganas mientras me agarraba por la cintura y me apretaba contra su cuerpo levantándome apenas del piso, justo en frente de su primo, de Cami, y de todos los autos que pasaban por ahí. Su boca sabía exquisita. Tal como lo había imaginado.

O tal vez más.

La manera que su boca se movía al compás de la mía como si fuéramos un solo elemento me dejaba extasiada. Quería morir ahí, en sus labios, rodeada por sus brazos. «¡Dios mío! ¡no puedo creer que haya tenido que viajar mil kilómetros para ser besada de esta forma!», pensaba a los gritos en mi mente. Hacía un calor infernal, tanto afuera como adentro de mi cuerpo, que no quería desprenderse nunca de él.

Y su perfume... ese maldito perfume.

Cuando me soltó, sentí que me faltaba el aliento y se me aflojaban las piernas. Todo mi cuerpo estaba alborotado y algo en mi pecho se inflaba como un globo, tanto que no me cabía dentro. Suspiré y él me miró directo en los ojos y volvió a sonreírse con picardía.

—Listo, una cosa menos —susurró y yo le sonreí mientras mi cerebro intentaba asimilar lo que acababa de pasar y mis pulmones volvían a respirar con normalidad.

Mi corazón, sin embargo, latía descontrolado en mi pecho, y mis orejas ardían, y aunque quisiera hacerme la superada, el hecho de que me hubiera puesto roja como un tomate no me dejaba disimular todo lo que estaba sintiendo por dentro.

Valentino le pidió a Pablo que acompañara a Cami en mi camioneta y que nos siguieran camino a su casa. Yo me subí al lado de él en el Jeep amarillo y me reí.

—No sé si me esperaba un Lamborghini, pero definitivamente no me esperaba esto —bromeé.

—¿Qué? Es un Jeep IKA del setenta y seis, un clásico, y es lo único que me dejó mi abuelo Eugenio, así que más respeto, señorita —se defendió—. Además, en un ratito te vas a dar cuenta que acá un Lamborghini no podría llegar ni a la esquina —agregó con cierta soberbia.

Y ahí estaba de nuevo esa sonrisa de Colgate. Esa sonrisa con la que había soñado la noche anterior y que extrañaba desde el momento en que la había visto por última vez, aquella noche de tormenta cuando me dejó en la puerta de mi edificio.

—Y ¿qué hacés con esto cuando llueve? —pregunté como para molestarlo, porque caí en la cuenta que su Jeep no tenía techo.

—Le pongo la capota —explicó muy resuelto—, y cuando llueve es justamente cuando uno agradece que esto, además, sea cuatro por cuatro. ¿Sabés qué es lo que pasa cuando la tierra colorada se mezcla con el agua?

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora